miércoles, 29 de octubre de 2008

ASPECTOS MÉDICOS DE LA MUERTE DE CRISTO

ASPECTOS MÉDICOS DE LA MUERTE DE CRISTO, NUESTRO SEÑOR
(I)
Dr. Gonzalo Alvear Téllez

Antecedentes
Los azotes y la crucifixión romanos como método de tortura y muerte


Es difícil para la ciencia médica hacer inferencias sobre la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ocurrida hace más de 2000 años.

Algunas áreas de la medicina, como la paleontología forense, se dedican a escudriñar las causas de muerte de personas ocurridas cientos de años antes, pero siempre teniendo alguna evidencia física tangible del cuerpo del investigado, generalmente restos óseos.

En el caso de la muerte de Jesús, nada tangible existe. La historia sagrada nos narra su muerte y resurrección, pero nada nos dice sobre lo que podemos denominar las "causas médicas" de su deceso en manos de sus verdugos judíos y romanos.

Sin embargo, a este propósito contamos con un milagro permanente. Me refiero al Santo Sudario de Turín, donde según la tradición está estampada la imagen de Nuestro Señor crucificado, dando testimonio para todos los siglos de sus llagas y heridas. La ciencia moderna ha analizado el célebre sudario, y con tanto detalle, que se ha formado toda una especialidad, llamada "sindonología", que reagrupa cerca de 25 disciplinas científicas.


El famoso Santo Sudario de Turín


Sus resultados son impresionantes a la hora de confirmar lo que nos enseña la tradición, más allá de las controversias que los enemigos de la fe suscitan de cuando en vez -la más famosa fue la prueba del carbono 14- para intentar derrumbar la evidencia.

Partiremos, por tanto, de lo que se constata en el Santo Sudario para posteriormente preguntarnos cuáles pudieron ser las causas médicas de la muerte de Cristo.

Los azotes

Consta en el Evangelio que Poncio Pilatos mandó a azotar a Jesús antes de ordenar su crucifixión. Según los historiadores, los azotes eran una práctica común antes de cualquier ejecución romana, con excepción de las mujeres, senadores romanos y soldados no desertores. El principal objetivo de esta práctica era debilitar a la víctima lo máximo posible.

Se usaba un látigo llamado flagrum, que era corto en tamaño, con 2 ó 3 correas de cuero, de longitud variable, en las que se ataban, a intervalos pequeños, bolas de acero o pequeños pedazos de hueso de oveja con el fin de aumentar el daño físico.
Las víctimas eran atadas a una viga vertical, frecuentemente desnudos, en una posición doblada (Figura 1).
Bajo la ley judía, los azotes se limitaban a 40, pero frecuentemente sólo llegaban a 39 en el pecho y 13 en cada hombro. Bajo la ley romana, en cambio, no había límites de latigazos. Generalmente habían 2 azotadores o lictors, ubicados por detrás de la víctima, una a cada lado o bien un solo lictor que alternaba el lado de los golpes. La severidad de los azotes dependía exclusivamente de los lictors.

Figura 1

Los primeros azotes abrían la piel y el tejido bajo ella. Los golpes subsecuentes desgarraban los músculos del dorso de manera cada vez más profunda (trapecio y dorsal y más profundamente los músculos erectores espinales llegando hasta los intercostales) (Figura 2).

Figura 2

Tal podía ser su intensidad y profundidad que algunas veces podían, incluso, provocar fracturas costales. Además de la rotura muscular, los latigazos provocaban laceración de los vasos sanguíneos tanto superficiales como profundos y compromiso de los nervios sensitivos (encargados de “sentir” el dolor).

Se sabe que el compromiso de las ramas dorsales de la médula espinal provoca gran dolor. El dolor y sangramiento producido por los azotes podían ser tan grandes que frecuentemente llevaba a un shock circulatorio, es decir una respuesta del organismo destinada, por una parte, a mantener el riego sanguíneo hacia los órganos más “nobles” como el cerebro, corazón y riñones y, por otra, evitar al máximo el dolor, traduciéndose esto en la pérdida del conocimiento.

La cantidad de sangre perdida durante los azotes podía determinar bastante bien el tiempo de supervivencia en la cruz.

La Crucifixión

Sin lugar a dudas la crucifixión fue una de las formas de castigo público más humillantes conocidas en la historia de la humanidad. Cicerón la describe como el método más cruel y terrible de ejecución. Flavio Josephus la considera como la más miserable de las muertes y Séneca, en su epístola 101 a Lucillus, prefiere el suicidio a la crucifixión.

El origen de esta tortura no está claro. Se cree que la inventaron los persas, pasando luego a Egipto y Cartago gracias a Alejandro El Grande y probablemente de Cartago al Imperio Romano. Se piensa que duró cerca de 800 años hasta que fue descontinuada por Constantino.

La forma de efectuar la crucifixión fue variando con los años. En un inicio, entre los persas, las víctimas eran atadas o empaladas a un árbol o poste vertical, manteniendo sus pies sin tocar el “suelo sagrado”. Al ir evolucionando, se comenzó a usar una cruz, la que generalmente se componía de 2 partes: un poste vertical o estipes y una viga horizontal o patibulum. La forma de la cruz debió tener muchas variaciones según la zona geográfica y la imaginación de los ejecutores.


Se han descrito cruces de varias formas: la cruz decussata tenía forma de "X", la commissata se parecía a la letra "T" y la immisa, que es la cruz latina clásica, preferida por los romanos, y que podía tener también forma de la letra "Tau".

El estipes podía tener un bloque de madera horizontal o tablón que servía de silla, llamado sedile o sedulum, ubicado en su mitad inferior y servía para prolongar el proceso de crucifixión al mejorar la respiración. También se le podía adicionar, al estipes, un bloque llamado suppedaneum que servía para apoyar los pies, con la misma finalidad que el sedile.

Se dice que los romanos fueron los que perfeccionaron la crucifixión, transformándola en un método de tortura y castigo capital que producía una muerte lenta con máximo dolor y sufrimiento.


En general los romanos reservaban este tipo de ejecución para los más viles criminales, los revolucionarios, extranjeros y esclavos.

En esa época se preferían este método de castigo principalmente por 3 razones: Primero, provocaba un dolor inmenso en la víctima, tanto que, a menudo, se realizaba con el sujeto inconsciente; Segundo, provocaba una muerte "en paños menores", lo que alimentaba la viciocidad extrema de estos actos criminales y, por último, representaba un referente terrorífico para cualquiera que contemplara tal espectáculo.

Debido a la magnitud de la humillación que significaba ser crucificado, la ley romana protegía a sus ciudadanos de la crucifixión, excepto en el caso del soldado desertor.

Los romanos llegaron a usarla de manera tan cruel que Calígula, entre los años 37 y 41 DC, torturaba y crucificaba a los judíos en el anfiteatro para entretener a los habitantes de Alejandría.

Entre los judíos, la crucifixión fue un acto muy excepcional. Ellos más bien ejecutaban a la víctima primero y luego las colgaban en un árbol por 1 día, de acuerdo a la Ley antigua (Deut 21:22-23).

En la historia judía se registran sólo 2 casos de crucifixión ordenadas por ellos contra otro judío: el primero en el año 267 AC, en que el Sumo Sacerdote Alejandro Janneus ordenó la crucifixión de 800 fariseos delante de sus esposas e hijos. El segundo fue el caso de Jesús de Nazaret, Nuestro Señor, cuya muerte por crucifixión fue exigida por “el pueblo judío” a Poncio Pilatos.

El proceso de la crucifixión romana en sí comenzaba luego de los azotes. El condenado debía llevar el patibulum por sí mismo hasta el sitio de la crucifixión, generalmente en las afueras de la ciudad. Allí habían colocadas, en forma permanente, vigas de madera verticales, haciendo las veces de estipes, donde se aseguraba el patibulum llevado por la víctima.

Una guardia romana completa, guiada por un centurión, acompañaba a la víctima al lugar del sacrificio, la que, generalmente vendada, llevaba el patibulum sobre su nuca balanceándose sobre ambos hombros (Figura 3).

Figura 3

Generalmente se ataban los brazos al madero durante la procesión. Se calcula que el peso del patibulum oscilaba entre 34 y 57 Kg. Uno de los soldados llevaba un "titulus" donde aparecía el nombre y el crimen cometido por el condenado.

Una vez en el sitio de ejecución, se le daba a la víctima un sorbo de vino mezclado con mirra que tiene efectos analgésicos, de manera que resistiera mejor los dolores propios de la crucifixión.

Luego se le arrojaba al suelo, de espaldas, con los brazos estirados sobre el patibulum procediendo a clavarlos o amarrarlos a él. Se discute cuál era la manera usual pero probablemente dependía tanto del número de víctimas a crucificar como de la naturaleza del crimen y de la crueldad de los ejecutores.

Los brazos quedaban así estirados pero no tensos, formando un ángulo aproximado de 65 a 70º con la horizontal. Para clavar a las víctimas se usaban verdaderas estacas de hierro que medían entre 13 y 27 cms de largo y de diámetro de 1 cm de ancho, de forma cuadrada.

El lugar anatómico por donde se clavaban las manos también podía haber variado. Varios estudios han demostrado que los huesos de la palma de la mano no pueden soportar el peso del cuerpo, ya que el clavo en esa posición se desliza entre los huesos rompiendo los tendones flexores y extensores existentes. El sitio más probable para introducir el clavo era la muñeca o el espacio entre los huesos del antebrazo (radio y cúbito) (Figura 4).



Figura 4

En la muñeca existen 3 "conductos" anatómicos posibles para introducir un clavo de esas dimensiones y que soportan el peso del cuerpo (Figura 5), según experimentos. El primero es el llamado Espacio de Destot, que está ubicado en el medio de los huesos de la muñeca (carpo) hacia el lado del hueso cubital. El otro es un espacio formado hacia el lado del hueso radial de la muñeca y el último, llamado espacio “Z”, está por la parte superior de la palma, en el surco tenar (toque su pulgar con la punta del dedo pequeño.



Figura 5

Aparece un gran surco en la parte interna de la base del pulgar: es el surco tenar. Un clavo guiado por este surco apuntando hacia el dedo índice sale por la parte posterior de la palma (Figura 6)

Figura 6

Una vez clavados o amarrados los brazos al patibulum, se levantaba este con la víctima colgando y se fijaba al estipes. La cruz Tau tenía una articulación embutida la que se reforzaba con ligas. Para levantar el patibulum generalmente en lo alto de la cruz los soldados usaban horquillas de madera.

Una vez fijo el patibulum se procedía a clavar o amarrar los pies. Habían varias maneras de clavarlos: ambos con un solo clavo al medio, en el dorso; ambos con un solo clavo en el talón; cada pie con un solo clavo, etc. Todas requerían la flexión y rotación lateral de las rodillas (Figura 7).

Figura 7


El clavo podía traspasar directamente el hueso del talón (calcáneo) o pasar por las articulaciones de los huesos del pie, llamadas tarsometatarsianas (entre los huesos matatarsianos y cuneiformes) o por la articulación tarsal transversa (entre el calcáneo y los huesos cuboides o navicular) (Figura 8).


Figura 8


Posteriormente se procedía a amarrar o clavar el titulus en la cruz justo por sobre la cabeza de la víctima. Una vez terminado el proceso, tanto los soldados como la multitud civil espectadora generalmente se burlaba del condenado y los soldados se dividían sus ropas. La guardia romana que había acompañado todo el proceso no podía abandonar a la víctima hasta asegurarse de su muerte.

Para apurar la muerte, que muchas veces duraba días, los soldados podían romper las piernas del crucificado bajo las rodillas, procedimiento llamado crucifragium o skelocopia.


No está claro el efecto último de esta acción. Algunos investigadores, como el médico Barbet, piensan que era para que la víctima se asfixiara, como lo veremos más adelante; otros, que era para aumentar el shock traumático; otros, que era para impedir que la víctima se arrastrara una vez descendida de la cruz y así permitir que fuera devorada por los animales carroñeros.

Como los soldados debían estar seguros de la muerte del crucificado, era costumbre entre los romanos que un guardia atravesara el cuerpo con una espada o lanza de manera de golpe de gracia.

Una vez muerto, el cuerpo podía quedar en el lugar para que fuese devorado por animales o también podía facultársele a la familia el sepulcro luego de obtener el permiso necesario de los jueces romanos.

Durante la estadía en la cruz, no pocas veces insectos podían posarse en las heridas abiertas o en los ojos, nariz, oídos o también los pájaros carroñeros podían morder las heridas.

Los hallazgos arqueológicos han ayudado mucho para, primero, certificar la realidad histórica de la crucifixión y segundo, para comprender más su proceso.


Uno de los principales descubrimientos en este ámbito se realizó en 1968 por el equipo de Tzaferis, los que descubrieron 4 cuevas-tumbas en Giv'at ha-Mivtar, al norte de Jerusalén, ceca del monte Scopus.

La data de las tumbas era entre el siglo 2 AC hasta el año 70 DC. El estilo de las tumbas era el típico de los judíos de la época. Dentro de las cuevas se encontraron 15 osarios con huesos de 35 sujetos. Nueve tenían rasgos de muerte violenta y uno de ellos, en cuyo osario estaba escrito, en hebreo, con letras de 2 cms: "Jehohanan el hijo de HGQWL", tenía signos de crucifixión.

Los restos de Jehohanan mostraban que el tercio inferior del hueso radial derecho tenía un surco, probablemente causado por la fricción entre un clavo y el hueso (Figura 9).


Figura 9

Las piernas estaban juntas, dobladas y torcidas de manera que las pantorrillas debieron estar paralelas al patibulum. El pie fue asegurado a la cruz por un solo clavo que pasó simultáneamente por ambos calcáneos.
El clavo contenía desde su cabeza: sedimento, fragmentos de madera de Acacia o Almendro, corteza, una porción del calcáneo derecho, un pequeño pedazo del calcáneo izquierdo y un fragmento de madera de Olivo (Figura 10).
Figura 10


Aparentemente, Jehohanan fue crucificado con el pie derecho sobre el izquierdo. Probablemente el pedazo de madera de Olivo servía para aumentar la superficie de "agarre" de manera de impedir el movimiento libre de los pies. Las piernas de Johahanan aparecen rotas.

Un gran golpe de algún elemento muy pesado debió estrellar la pierna derecha fracturando la izquierda que estaba contigua al patibulum.


Como ya lo mencionamos, la forma de crucifixión debió variar mucho con el paso de los años y según la imaginación de los verdugos, por lo que no necesariamente Jesús fue crucificado en la misma forma que Jehohanan. De hecho, el Sudario nos muestra una forma de tortura que hace suponer una crucifixión más dolorosa que lo común. Continuaremos con el tema en la próxima edición de Reacción Católica.


(Este artículo es fruto de diversas conferencias que el autor ha dado en Chile. Puede citarse indicando la fuente)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el artículo. Espero que pronto salga la segunda parte.

Rodolfo Galecio