martes, 28 de octubre de 2008

Nietzsche, ¿Dios ha muerto?

Dios debe morir, para que el hombre moderno sea libre

Julio Alvear Téllez




De vez en cuando es útil releer a Friedrich Nietzsche (1844-1900). Su postura intelectual es representativa de aquella corriente subterránea de la filosofía moderna que ha cantando mórbidas loas a la esencia de la Revolución y a sus metas últimas.


Entendemos por "Revolución", en el sentido que le da Plinio Corrêa de Oliveira, como un inmenso proceso de tendencias, doctrinas, de transformaciones políticas, sociales y económicas, derivado en último análisis de una deterioración moral nacida de dos vicios fundamentales: el orgullo y la impureza, que suscitan en el hombre una incompatibilidad profunda con la doctrina católica.


A partir del orgullo y de la impureza se van formando los elementos constitutivos de una concepción diametralmente opuesta a la obra de Dios. Esa concepción, en su aspecto final, ya no difiere de la católica solamente en uno u otro punto. A lo largo de las generaciones, esos vicios se van profundizando y volviendo más acentuados y se va estructurando toda una concepción gnóstica y revolucionaria del Universo. Históricamente la puesta en marcha de esta concepción fue iniciada en el siglo XVI con el Renacimiento y el Protestantismo y está siendo consumada en nuestros días, con la apostasía de las naciones ex-cristianas.

Volvamos a Nietzsche. No es que para nosotros sea un gran pensador metafísico, en el sentido clásico del término. Su interés reside en que muestra uno de los aspectos de la meta de la Revolución, a la que él sin duda sirve, como gran parte de la filosofía germana moderna.



Nietzsche a los 22 años

Las querencias apasionadas de Nietzsche hacia el paganismo no redimido por la Civilización Cristiana, y que en su pluma resurgen con la fuerza artificial de mitos redivivos (el eterno retorno, lo dionisiaco de la vida, etc.), lo sitúan en el marco de una reflexión carente de aspectos sistemáticos pero rica en aforismos, metáforas y alegorías que nos hablan –por detrás de la “muerte de Dios” y a fuerza de golpes literarios- del odio a Nuestro Señor, al Papado, a la Cristiandad y a la verdad filosófica y teológica.


Ese odio que niega el pasado, en cuanto portador de la tradición cristiana, y que a la vez construye lo nuevo de manera prometeica, tan propia del movimiento que llamamos Revolución, se ve reflejado en Nietzsche casi como en ningún otro pensador, salvo quizás Feuerbach o Sartre.


Nietzsche es, a este propósito, un visionario de la obra que la Revolución habría de consumar en nuestros días y un cantor de uno de sus vicios propulsores, a saber, la soberbia, la hybris, colocada no en el plano personal del defecto individual, sino en el plano universal del rechazo al orden del universo tal como fue creado y querido por Dios.


No pretendemos, por cierto, realizar un análisis acabado de este tema. La naturaleza de un blog como éste no lo permite. Solo nos limitaremos a mostrar el inicio del hilo de la madeja nietzschiana, en relación al punto que queremos destacar y que les proponemos.


Nietzsche en sus últimos años, agobiado por una enfermedad mental, bajo los cuidados de su hermana, con quién tuvo, según sus biógrafos, relaciones tormentosas.

Le pido al lector sólo cinco minutos. El tiempo necesario para emprender un breve pero imprescindible análisis. Algo así como un test. Un test respecto de la postura de su propia alma ante el gran tema del hombre moderno que en sus obras -y a veces en su pensamiento- pretende derrocar a Dios.

Citamos a continuación extractos de dos libros de Nietzsche, ricos en significado revolucionario. ¿Seremos capaces de leerlos entre líneas y discernir lo que Nietzsche anuncia como "profeta" de la Revolución?


El primero texto que seleccionamos pertenece a la “Gaya Ciencia” (título inexacto de Die fröhliche Wissenschaft, cuya primera edición aparece en 1882, pero que así figura en la versión canónica de Walter Kaufmann (1960)), y corresponde al número 125 de sus aforismos, agrupados en torno a la metáfora algo blasfema del “Loco”.


El segundo pertenece a su obra más difundida, “Así habló Zaratustra” (Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen, escrito entre 1883 y 1885), del cual hemos seleccionado seis párrafos de diversas partes de la obra que en su lugar indicamos.


Los textos son breves, pero dado que no dejan de contener apóstrofes blasfemos, ofrecemos la libertad de no leerlos. Para quien no quiera leerlos, baste, humildemente, nuestros comentarios finales. Para quien los lea, tales comentarios servirán quizás para conferir la postura adoptada.


Gaya Ciencia
Die fröhliche Wissenschaft
125
EL LOCO



Así habló Zaratustra
Also sprach Zarathustra
Seis párrafos escogidos


* * *

Nietzsche como se sabe terminó sus días demente. De hecho, algunas de sus cartas las firma como “dios” o “el crucificado”. Oportuna lección moral, que no necesita mayores comentarios.


Y sin embargo, en medio de su proceso hacia la locura, es indudable que Nietzsche ve. Biográfica y culturalmente, vive en un mundo protestante ya asfixiado de incredulidad y racionalismo. Ve a una serie de hombres con una religión que ya no tiene sentido. Un mundo en donde esa religión ya no es una respuesta para nada. Sin embargo, frente al catolicismo -pujante en sus magníficas reacciones de la segunda mitad del siglo XIX- Nietzsche declara su fallecimiento. En “Así habló Zaratustra” habla del último Papa, o de la fiesta del asno, que es una ironía respecto de lo desheredada que ha de quedar la religión, frente a la autonomía del hombre moderno y la civilización que construye.


El filósofo germano también anuncia. Anuncia que el hombre religioso perecerá en la nueva civilización. Anuncia que con los tiempos modernos lo que se ha hecho es dar muerte a Dios. Ve con claridad lo que está pasando: asegura que viene sobre la humanidad un entenebrecimiento del sol. Dios ha muerto porque los hombres lo hemos asesinado. ¿Cómo? Afirmando nuestra libertad frente a él y a los límites que nos impone nuestra propia naturaleza racional. Nietzsche anuncia así el amanecer de un hombre nuevo: que se inventa a sí mismo con su voluntad de poder, liberándose de las cadenas de las virtudes cristianas que lo someten a la resignación y a la muerte.

Nietzsche en 1899, un año antes de morir. La enfermedad mental hacía estragos en quien había proclamado tan ufanamente que Dios debía morir, para que viviera el (super) hombre



Llama la atención –lo que es claro en “Así habló Zaratustra”- esta experiencia de la expectativa mesiánica del gran nuevo día que se viene para la humanidad, algo que proviene ya de los ilustrados. “Ya viene el mediodía, es decir, en términos kantianos, se aproxima la realización del reino de Dios en la tierra por obra de los hombres. Dios ya no es necesario, la felicidad la construimos nosotros.


Desde un punto de vista teológico, hay una afirmación de Nietzsche que sorprende: “Si hubiera Dios como podría yo soportar no ser Dios?”. Esto es más propio de la soberbia de un ángel caído que de los labios de un hombre. Lo singular en el ser humano es sentirse finito, limitado. Y a raíz de ello, volverse naturalmente hacia Dios en una actitud religiosa de humildad.

Y sin embargo, Nietzsche sitúa acá la rebelión del hombre claramente en otro plano, más que humano, en el plano de la Revolución y su grito luciferino: “Como no puedo soportar no ser Dios, entonces Dios no es”. El filósofo germano utiliza la lógica invertida y pervertida de la soberbia igualitaria a través de la cual la criatura niega su propia condición frente a su Creador. En el fondo esto es decir: "lo que yo soy es soberbia, lo que yo soy es rebelión, lo que yo soy es Revolución".


¿Cómo se llega a este extremo? San Agustín, aquel fino conocedor del corazón humano, afirma que cuando el hombre vive en sí mismo y no en Dios, ese “entrar dentro de sí”, es vivir según Satanás. Porque lo único verdadero pasa a ser lo que yo quiero. Y a partir de ese querer, se construye todo como si Dios no existiera. Más aún, si lo que yo quiero no está de acuerdo con lo que Dios quiere, se hace necesario rechazar a Dios y a su obra, que limitan el querer así sublevado. Es un símil de la "auto-posición" del yo, propia de Satán.


Según San Agustín, cuando el hombre se aleja de Dios, se cae de sí mismo. Lo mismo se aplica a la humanidad

Esta es una de las grandes promesas con que la Revolución ilusionó a las sociedades modernas: "Si quieres ser libre, abandona los mandamientos de la Ley de Dios y los consejos de su Iglesia". Nietzsche fue uno de sus pregoneros a nivel filosófico: Es necesario que Dios muera, para que viva el hombre nuevo. Pero lo que Nietzsche dijo vociferando, otros lo ejecutaron en este último siglo de manera gradual, pero al fin con la misma radicalidad, a través de una política sin Dios, una economía sin Dios y una sociedad sin Dios.
¿No es esta la triste historia del siglo XX y de lo que va de nuestro siglo?

Y, sin embargo, San Agustín advierte al hombre y a la sociedad: “Has caído de ti, por encontrarte a ti; y eres esclavo de lo que viene fuera de ti”. Es decir, te apartaste de Dios para buscarte a ti, y por eso, como castigo, caíste de ti. Y eres siervo de las cosas materiales.


Sirvámonos de esta última reflexión para mirar cómo la supuesta libertad prometida por la Revolución ha encadenado al hombre moderno a una suprema agonía.
(Las fotos aquí mostradas pertenecen a la serie „Der kranke Nietzsche“ de Hans Olde, tomadas en junio y agosto de 1899. Original im Goethe und Schiller Archiv Weimar)