miércoles, 1 de octubre de 2008

Vázquez de Mella lo dijo hace más de un siglo


Don Juan Vázquez de Mella no necesita presentación en Chile. Recientemente, a través de las páginas de “El Mercurio”, se desarrolló un debate sobre la eventual influencia de este gran político, tribuno y pensador carlista en Jaime Guzmán, fundador de la UDI.
No entraremos nosotros en el debate por el momento, pues sólo queremos resaltar que Vazquez de Mella es un punto de referencia de la genuina filosofía política católica, esto es, la tradicionalista, que no tiene nada que ver con la que hoy, en nuestra época de confusiones, pasa por tal, cual es el llamado “humanismo cristiano”, amago vergonzoso de demo-cristianismo y viejo maritainismo. Veamos una lúcida advertencia de este notable pensador español, hace algo más de un siglo:



"Mi creencia es tan firme sobre la esterilidad de las contiendas parlamentarias y la proximidad de las terribles contiendas sociales, que, si no la hubiera arraigado en mí el estudio de la impiedad moderna en todas sus formas, me la impondría la extraña ceguera de los que no ven la marcha vertiginosa de la revolución y todavía creen -por no fijar la vista empañada más que en un punto y no compararlo con lo que lo rodea, para notar las diferencias de posición- en la perpetuidad de un presente que hace tiempo se desliza, por un plano inclinado, hacia el abismo.


En las crisis supremas suelen los humildes ver con más lucidez que los hábiles. Yo tengo el presentimiento de que la hora de una catástrofe social, preparada por tres siglos de herejías y por uno de ateísmo, está próxima, y que se va a dividir de nuevo la historia con una edad que termina y con otra que comienza.


Y temo que el día en que se apague una lucecilla que arde en la colina del Vaticano, lanzando melancólicos resplandores sobre la iniquidad de un mundo ingrato; el día en que -cumplida la misión providencial de haber llevado hasta el último límite la misericordia divina para preparar el camino de la justicia- la luz se apague, puede ser que un viento de muerte sacuda la pesada atmósfera que gravita sobre las almas, y que, en el momento en que una turba insensata, acaudillada por los apóstoles de la impiedad, escale los muros del templo para arrancar de la techumbre social la cruz de Cristo, que es y será siempre el pararrayos espiritual contra todas las tempestades de la vida, puede ser que una nube sombría y tormentosa invada los horizontes y los ilumine súbitamente con la centella que rasgue sus entrañas, para que veamos avanzar sobre el suelo, calcinado por la revolución, de esta Europa apóstata y cobarde una ola negra, muy negra, coronada de espumas ensangrentadas, que arrastre, entre sus aguas impuras, astillas de tronos y fragmentos de altares, y que d‚ comienzo a una noche funeral que se cierna sobre la tierra y parezca interrumpir la historia".

(Cfr. Juan VAZQUEZ DE MELLA, “La Iglesia independiente del Estado ateo”, discurso pronunciado en Santiago de Compostela el 29-07-1902, en sus Obras Completas, Vol. 5, Voluntad, Madrid, 1931, pp. 63 ss; pp. 351-353)

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