martes, 31 de marzo de 2009

¿Por qué erradicaron el latín de la Misa? (1)

"La herejía anti-litúrgica"
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Texto tomado de "Las Instituciones Litúrgicas", Vol.I, Cap.IV, de Mons. Próspero Gueranger O.S.B. (en la foto), fundador y Abad del famoso monasterio de Solesmes, restaurador de la Sagrada Liturgia, y una de las personalidades más insignes del movimiento ultramontano francés del siglo XIX:
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Para dar una idea de los estragos de la secta antilitúrgica nos parece necesario examinar lo que los pretendidos reformadores de la cristiandad han estado haciendo durante tres siglos, y presentar un cuadro integral de sus hechos y su doctrina de "purificar" el culto divino.
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Nada podría ser más instructivo e indicado para ayudar a comprender las causas de la rápida propagación del protestantismo. Veremos así la sabiduría diabólica en acción, dando golpes certeros, y provocando infaliblemente enormes consecuencias. La primera característica de la herejía antilitúrgica es el odio a la Tradición tal como se encuentra en las fórmulas usadas en el culto divino. ...
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Cualquier sectario que quiere introducir una nueva doctrina se encuentra, infaliblemente, enfrentado con la liturgia, que es tradición en lo más firme y en lo mejor, y no puede descansar hasta haber silenciado esa voz y haber arrancado esas páginas que recuerdan la fe de siglos pasados. En realidad ¿cómo pudieron el luteranismo, el calvinismo, el anglicanismo, establecerse y mantener su influencia sobre las masas?
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Todo lo que debieron hacer fue sustituir nuevos libros y nuevas fórmulas, y su obra estuvo hecha. Ya no habría nada que molestara a los nuevos maestros; podían seguir predicando como quisieran; desde ese momento, la fe de la gente estaba indefensa...
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...el segundo principio de la secta antilitúrgica: sustituir las fórmulas de las enseñanzas eclesiásticas con lecturas de las Sagradas Escrituras... Desde hace muchos siglos sabemos que la preferencia dada por todos los herejes a las Sagradas Escrituras, por sobre las definiciones de la Iglesia, no tiene otra razón que facilitar que la palabra de Dios diga todo cuanto ellos quieren que diga y manipularla a voluntad...
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El tercer principio de los herejes concerniente a la reforma de la Liturgia es que habiendo eliminado las fórmulas eclesiásticas y proclamado la absoluta necesidad de usar solamente las palabras de la Escritura en el culto divino, y habiendo visto que la Sagrada Escritura no se somete siempre a todos sus propósitos como ellos quisieran, su tercer principio, decimos, es fabricar e introducir varias fórmulas llenas de perfidia, por las cuales la gente es movida a engaño con mayor seguridad y así será consolidada en los siglos próximos toda la estructura de la impía reforma...
Todos los sectarios sin excepción empiezan con la reinvidicación de los derechos de la antigüedad. Quieren extirpar, dicen, del cristianismo todo cuanto los errores y pasiones de los hombres le han insertado, todo cuanto es falso e indigno de Dios. Todo lo que quieren, afirman, es volver a la época de la primitiva pureza y pretenden volver así a la cuna de las instituciones cristianas. A ese fin podan, borran, cortan; todo cae bajo sus golpes, y cuando se espera ver reaparecer la pureza original del culto divino, ellos mismos se encuentran cargando con fórmulas que datan de la noche anterior, pues ellos las han creado: son incuestionablemente humanas, dado que el que las creó está aún vivo...

domingo, 29 de marzo de 2009

XLVI Reunión de Amigos de la Ciudad Católica

LA LUCHA POR LA EDUCACION
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El sábado 28 del presente se celebró en Madrid, en el Centro cultural de los Ejércitos, la XLVI Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, con participación de destacados intelectuales de Europa y América. La organización corrió por cuenta de la Fundación Spiero y del Consejo de estudios hispánicos Felipe II. El encuentro estuvo dedicado a la educación.

El Dr. Juan Cayón, Profesor Titular de Filosofía del Derecho y Vicerrector de la Universidad Antonio de Nebrija (Madrid), abre la sesión con una oportuna contextualización de los actuales problemas de la educación en la sociedad posmoderna.

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El Dr. Danilo Castellano, Catedrático de Filosofía Política en la Universidad de Udine y Director del Centro de Estudios Políticos del CEH Felipe II, se refirió magistralmente a las causas y consecuencias de la actual emergencia educativa en la sociedad, destacando el irrenunciable papel de la Iglesia como Madre y Maestra.

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El Dr. José Miguel Gambra, Profesor Titular de Lógica en la Universidad Complutense de Madrid se centró en el tema "Educación, libertad y verdad", poniendo de relieve con notable profundidad los estragos de la educación en las nuevas generaciones
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El Dr. Javier Barraycoa, Profesor Titular de Sociología en la Universidad de Barcelona, denunció con agudeza la crisis de la familia como fruto de los paradigmas psico-sociales y educativos impuestos por el discurso moderno y postmoderno. A la izquierda de la foto, el Dr. Fernando Claro, de la Universidad Pontificia de Comillas.
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El Dr. Juan Fernando Segovia, Catedrático de Historia de las Ideas Políticas de la Universidad de Mendoza y Director del Centro de Estudios Históricos del CEH Felipe II, abordó el tema de la comunidad política educadora, en una notable aplicación de la doctrina de Santo Tomás. A la izquierda de la foto, el Dr. José Díaz Nieva, profesor de la Universidad San Pablo Ceu (Madrid)
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El escritor Bernard Dumont, Director de la revista Catholica (París) se refirió con gran precisión a la misión educadora de la Iglesia, poniendo de relieve los contrastes entre en Magisterio Pontificio pre-conciliar (con especial acento en Pío XI) y la orientación generalizada dentro de la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II.
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El Dr.Miguel Ayuso, Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid y Director científico del CEH Felipe II, cerró el encuentro con un brillante balance de las exposiciones, resaltando el vínculo entre tradición y educación.

QUÉ ES LA "CUMBRE PROGRESISTA"?


Concluye la llamada "cumbre progresista" celebrada en Viña del Mar, Chile. La foto pertenece a la agencia AFP.

Como buenos gobernantes "progres" se reúnen según muy genéricas y poco específicas aspiraciones comunes. Qué tenga que ver el Vicepresidente de los EEUU con la Presidenta argentina nadie lo sabe. De cualquier manera, todos los dirigentes de la foto comparten los elementos "identitarios" de los progresistas actuales: se les ve bastante satisfechos, como si la debacle económica y financiera mundial no los afectara; se muestran bien vestidos, bien alimentados, gozando de todas las ventajas materiales que el gran capitalismo ofrece a quienes son devotos de su maquinaria.

Sólo una pregunta: ¿alguién cree que ellos tienen la fórmula para solucionar la crisis financiera internacional?

sábado, 28 de marzo de 2009

LA HORA DE LA SANTA INTRANSIGENCIA....

... O LA HORA DE PILATOS
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Tan fuerte fue el odio que contra Vos se levantó, Señor, que la propia autoridad de Roma, que juzgaba el mundo entero, se abatió acobardada, retrocedió y cedió delante el odio de los que sin causa alguna Os querían matar. La altivez romana, victoriosa en el Rin, en el Danubio, en el Nilo y en el Mediterráneo, se ahogó en la vasija de Pilatos.
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Siglos antes que nacieras, ya el Profeta previó ese odio que suscitaría la luz de las verdades que anunciarías: “Pueblo mío, que te hice Yo, en qué te contristé?" (Miq. VI, 3). E interpretando Vuestros Sentimientos la Sagrada Liturgia exclama a los fieles de entonces y de hoy: “qué más debía Yo hacer por ti? Te planté como viña escogida y preciosa: y tú te convertiste en excesiva amargura para Mí; vinagre Me diste a beber en mi sed, y traspasaste con una lanza el lado de tu Salvador” (Improperia).
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Dad fuerzas, mi Dios, al apóstol que sufre la envestida inclemente de los adversarios de vuestra Iglesia, y la hostilidad mil veces más penosa de muchos "prudentes" que dicen ser hijos de la luz. Fuerzas para no consentir en las diluciones, las mutilaciones, las unilateralidades con que los “prudentes” compran la tolerancia del mundo para su apostolado.
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¡Ah, mi Dios, como son astutos vuestros enemigos! Ellos sienten que en el lenguaje de esos “prudentes”, lo que se dice entrelíneas es que Vos no odiáis el mal, ni el error, ni las tinieblas. Por eso aplauden a los prudentes según la carne, como a Vos te hubieran aplaudido en Jerusalén, en lugar de mataros, si acaso le hubieras hablado al Sanedrín el mismo lenguaje.
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Señor, dadnos fuerzas: no queremos ni pactar, ni retroceder, ni transigir, ni diluir, ni permitir que manchen nuestros labios la divina integridad de vuestra doctrina. Y si por eso un diluvio de impopularidad sobre nosotros se desatare, sea siempre nuestra oración la de la Sagrada Escritura: “Preferí ser humillado en la casa de mi Dios, a morar en la intimidad de los pecadores" (Salmo LXXXIII, 11).
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(Plinio Corrêa de Oliviera, "Vía Crucis", I Estación, extractos)

SANTA TERESA DE LISIEUX Y LAS CRUZADAS

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Me quedé dormida un segundo durante la oración. Y soñé que hacían falta soldados para una guerra. Tú dijiste: Hay que mandar a sor Teresa del Niño Jesús. Yo respondí que hubiera preferido mucho más que fuera para una guerra santa. Finalmente, partí, lo mismo.
No, yo no hubiera tenido miedo de ir a la guerra. ¡Qué feliz hubiera partido, por ejemplo, en tiempos de las cruzadas para combatir a los herejes! ¡Ya lo creo! ¡No hubiera tenido miedo a toparme con la espada!
(4.8.6)
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¿Es posible que yo, que deseaba el martirio, me muera en una cama? (4.8.7)
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(“Ultimas conversaciones”, del “Cuaderno amarillo” de la Madre Inés, 4 de agosto de 1897)

EL CONCILIO DE EFESO Y LA MADRE DE DIOS

SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA CANTA LA GRANDEZA DE LA THÉOTOKOS
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El Concilio de Efeso (año 431) fue probablemente aquel en que se dio una mayor proximidad y comunicación entre los obispos presentes y el pueblo fiel. Una comunicación contemporánea, porque la definición de que María es Madre de Dios fue aclamada en una memorable procesión de antorchas en el anochecer de aquel mismo día.
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La Basílica de Santa María la Mayor en Roma, que fue el primer templo occidente dedicado a Nuestra Señora, es el monumento conmemorativo de la definición de Efeso. Sentiremos este fervor mariano del gran Doctor de la Encarnación del Verbo, San Cirilo de Alejandría (370-444), en su modo de hablar en un sermón pronunciado ante el Concilio de Efeso, en el que podemos encontrar como en inicio del lenguaje de todos los grandes apóstoles de María: de San Bernardo de Claraval, de San Luis María Grignion de Montfort, de San Alfonso María de Ligorio, de San Antonio María Claret. En San Cirilo encontramos la vida y el ambiente del Magisterio de la Iglesia al definir Pío IX la Inmaculada Concepción de María.
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Oigamos a San Cirilo en Efeso:
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Salve oh María, Madre de Dios, Virgen y Madre, lucero y vaso de elección! ¡Salve, Virgen María, Madre y Sierva: Virgen en verdad por Aquel que nación de ti, Virgen; Madre por virtud de Aquel que llevaste en pañales y nutriste con tus pechos; Sierva por Aquel que tomó de Siervo la forma! Quiso entrar como Rey en tu ciudad, en tu seno, y salió cuando le plugo, cerrando por siempre su puerta, porque concebida sin obra de varón, y fue divino tu alumbramiento. ¡Salve, María, templo donde mora Dios, templo santo, como le llama el profeta David! ¡Salve, María, criatura de la más preciosa; Salve, María, antorcha inextinguible; Salve, porque de ti nació el Sol de Justicia!
.San Cirilo de Alejandría

Salve María, Madre de Dios, morada de la inmensidad, que encerraste en tu seno al Dios inmenso, al Verbo unigénito, produciendo sin arado y sin semilla, la espiga inmarcesible! ¡Salve, María, Madre de Dios: por ti adoraron a Cristo los Magos guiados por la estrella de oriente! ¡Salve, María, Madre de Dios, honor de los apóstoles! ¡Salve, María, Madre de Dios, por quién Juan, el Bautista, saltó de gozo en el seno de su madre! ¡Salve, María, Madre de Dios, que trajiste al mundo la gracia inefable de la que dice San Pablo: “ha aparecido la gracia de Dios, salvador de todos los hombres”!
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¡Salve, María, Madre de Dios, que hiciste brillar en el mundo, al que es luz verdadera, al que es Nuestro Señor Jesucristo, al que dice en su Evangelio: "yo soy la luz del mundo”! ¡Salve, María, Madre del que los Evangelios llaman bendito: “bendito el que viene en nombre del Señor
! ¡ ¡Salve, María, por quien se poblaron de iglesias nuestras ciudades ortodoxas! ¡ ¡Salve, María, por quien vino al mundo el vencedor de la muerte y el destructor del infierno! ¡ ¡Salve, María, por quien vino al mundo el autor de la creación, el restaurador de las criaturas y Rey de los cielos!
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¡Salve, María, Madre de Dios, por quien resplandeció la gloria de la resurrección! ¡Salve, María, Madre de Dios, por quien lució el sublime bautismo de santidad! ¡ ¡Salve, María, Madre de Dios, por quien el Bautista y el Jordán fueron santificados y fue destinado el demonio! ¡Salve, María, Madre de Dios, por quien todo espíritu fiel alcanza la salvación eterna ( Patrología Graeca de Migne 73, col.1031-1034)
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(Cfr. Francisco Canals Vidal, "Los siete primeros concilios. La formulación de la ortodoxia católica", Ed. Scire, colección "Historia viva", 2003, pp.103-105)

jueves, 26 de marzo de 2009

EL CABALLERO CRISTIANO: PERSONALIDAD (II)

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(Manuel García-Morente, "Idea de Hispanidad", II, 8)
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Entre españoles manda el que «puede»; no el «elegido» por votación. La ley tiene que ir acompañada de otras fuerzas reales, para que su predominio sea efectivo: prestigio personal, tradición secular, superioridad psicológica, jerarquía religiosa. Pero la simple abstracción legal no tiene acceso en el ánimo de los hispanos, siempre propensos a cotejar toda cosa o idea con la íntima realidad de su propia persona individual.
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Esta condición radicalmente individualista -y diríamos realista, si este término no fuera expuesto a confusiones- del caballero cristiano, podría fácilmente dar lugar a una falsa apreciación del carácter español. Adelantémonos, pues, a declarar que el caballero español no conoce el «resentimiento». Es raro, muy raro, que un español sea «resentido». Justamente porque el español tiene una conciencia muy elevada de sí mismo y de su valía -conciencia a veces excesiva y exagerada- no incide con facilidad en la envidia y muda codicia rencorosa de lo ajeno. El resentimiento -como el snobismo- no es vicio español. El resentimiento es defecto natural de almas reptantes o trepadoras.
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Pero el caballero cristiano podrá caer en cualquiera otra aberración antes que en la bajeza o vileza del espíritu reptil. Lo que sucede es que entre el resentimiento o envidia reprimida y el profundo sentimiento de la propia estimación y superioridad, las diferencias externas, visibles y palpables, son sutiles y no siempre claras. El hombre que tiene de sí mismo una alta idea, un profundo sentimiento, propende naturalmente a no percibir los valores ajenos y aun a menospreciarlos. Ahora bien, precisamente esa actitud de menosprecio a lo ajeno es la que el resentido o envidioso adopta también.
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La conducta es, pues, la misma en los dos casos. Por eso se explica fácilmente la confusión. Pero la diferencia interna es profundísima. El resentido finge ese menosprecio, porque siente su propia inferioridad. El hombre de honda conciencia personal siente de veras ese menosprecio, porque no reconoce nada ni nadie superior a sí mismo. El español, que lleva consigo por el mundo el repertorio personal de sus gustos, de sus preferencias, de sus admiraciones, niégase terminantemente a reconocer valor a todo lo que no coincida con su propia norma. Pero esto, lejos de ser resentimiento, es, por el contrario, la ingenua y a veces pueril manera de manifestar la obstinada afirmación de su índole personal.Este hermetismo ante la vida puede tener en ocasiones su lado deplorable y aun doloroso.
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Así, por ejemplo, entre los españoles, el reconocimiento de la superioridad artística, literaria o científica del poeta, del pintor, del pensador, tarda mucho tiempo -a veces mucho más que la vida de un hombre- en expandirse y consolidarse; precisamente porque es difícil forzar la admiración de un hombre que, como el caballero español, está dispuesto de antemano a no admirar. Casos ilustres conoce nuestra historia. Citemos uno solo: Cervantes. Pero este aspecto se compensa por otros favorables del mismo sentimiento. Ese recato, ese retraimiento, ese intimismo del caballero español, imprime, en cambio, a la producciones del arte y de la vida hispanos un peculiar carácter de espontánea sencillez, opuesta a toda convención falsa y vacía.
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El español -tanto en su arte como en los momentos de su vida- huye siempre de lo resobado, de lo convencional, de lo falso. Podrá ser, a veces, ampuloso y exagerado; pero nunca inauténtico, nunca preparado, aderezado y -para decirlo de una vez- cursi. La poderosa impresionante sinceridad del arte español constituye el anverso del hermetismo y recogimiento del ánimo en la psicología del caballero.

miércoles, 25 de marzo de 2009

EL CABALLERO CRISTIANO: PERSONALIDAD (I)


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(Manuel García-Morente, "Idea de hispanidad", II, 7)
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Todas estas cualidades del caballero van, en resumidas cuentas, a parar a una característica fundamental: la afirmación enérgica de la personalidad individual. El caballero español se siente vivir con fuerza; se sabe a sí mismo existiendo como un poder de acción y de creación. El caballero español es regularmente una personalidad fuerte. No cede, no se doblega, no se somete.
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Afirma su yo con orgullo, con altivez, con tesón; a veces con testarudez. Pero siempre con nobleza; es decir, sobre la base de una honda convicción y de una honrada estimación de la propia valía. Es un carácter enérgico, violento y tenaz; pero noble y generoso. Y así como cultiva en sí mismo las virtudes de la resistencia y de la dureza, así también las admira en los demás. Acaso sea la única cosa ajena que él admira.
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Una ilustración del temple acerado con que está hecha el alma del caballero español encuéntrase en los innumerables ejemplos de predominio vital de los españoles y de lo español. En un conjunto de individuos pertenecientes a varias nacionalidades, si uno de ellos es español, raro será que no imponga insensiblemente a los demás sus normas de vida y de conducta; y más raro aún que se deje imponer esas mismas normas por los demás. A lo sumo se segregará del grupo y emprenderá su camino solitario, si la divergencia entre él y los restantes componentes del conjunto se hace muy tirante.
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Así, por ejemplo, el idioma español cuando entra en contacto con otros idiomas suele desenvolver un extraño poder de prevalencia -o desaparece en seguida y por completo-. Y se da el caso curioso de que los habitantes franceses de la frontera hispanofrancesa entiendan y hablen el español, mientras que los españoles no entienden ni hablan el francés. Hay en lo hispánico -en los hombres, en las costumbres, en todo lo que contenga átomos de espiritualidad- una especie de poderío afirmativo, una capacidad de prevalecimiento, un poder de imperar y sobreponerse, que se refleja en los más menudos rasgos de la vida individual y colectiva.
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Se refleja, desde luego, en la preferencia resuelta que los españoles dan a las relaciones reales sobre las relaciones formales. Llamo reales a aquellas relaciones entre los hombres, que se fundan en lo que cada persona es realmente, en lo que uno siente y piensa y en cómo siente y piensa, en lo que uno es y en lo que uno vale. Llamo, en cambio, formales a aquellas relaciones que se basan en la abstracción pura, en el mero «ser ciudadano», o «ser hombre» o «ser prójimo»; es decir, en una simple forma, despojada de toda realidad personal, individual, concreta y reducida a mero concepto del derecho o de la moral.
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El caballero español no siente y casi no comprende la relación abstracta: por ejemplo, la de ciudadanía pura o la de pura humanidad. Necesita cuanto antes «conocer» al otro, hacerse amigo -o enemigo- del otro; establecer con el otro una relación que se funde en la singular persona del otro y no en su simple carácter de «hombre», o de «ciudadano». Por eso entre españoles el trato puede más que el contrato, y las obligaciones de amistad pesan mucho más que las obligaciones jurídicas.
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La virtud de la obediencia -por ejemplo- no será fácilmente practicada por el español cuando el jefe, a quien deba obedecer, no tenga en su persona cualidades reales, individuales, que lo impongan naturalmente como jefe. El español se somete con gusto y entusiasmo a otro yo real, en quien percibe fuerza, energía, poder de mando, dureza y superioridad de carácter. Pero no se inclina ante la autoridad puramente metafísica de un concepto; no se somete a la mera idea jurídica de la soberanía, basada, por ejemplo, en voto o sufragio o procedimiento cualquiera de tipo formalista.

martes, 24 de marzo de 2009

EL CABALLERO CRISTIANO: MÁS PÁLPITO QUE CÁLCULO

(Manuel García-Morente, "Idea de Hispanidad", II, 6)

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Este tipo de hombre, que se precia de llevar dentro de sí el guía certero de su vida por el mundo, ha de tomar sus resoluciones más por obediencia a los dictados misteriosos de esa voz interna, que por estudio prudente de las probabilidades.

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Vosotros tenéis aquí, en América, una palabra lindísima para expresar lo que quiero decir, la palabra pálpito. El caballero es hombre de pálpitos más que de cálculos. ¿Imagináis a los conquistadores calculando y computando sabiamente las posibilidades de conquistar Méjico o el Perú? Si tal hubiesen hecho no habrían acometido jamás la empresa, porque el número de probabilidades de fracasar era tan grande y el de triunfar tan ridículamente pequeño, que un cálculo somero bastara para hacerles abandonar el propósito.

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Pero el caballero cristiano no echa semejantes cuentas; no se pregunta si es fácil, si es difícil y ni aun siquiera si es posible la empresa que tiene ante los ojos. Bástale con que su corazón le mande ejecutarla, para que la acometa, sin detener ni contener su ánimo en el estudio exacto de las probabilidades.

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Sin duda el caballero fracasa y fenece muchas veces. Pero muchas veces también triunfa por ventura y casi por milagro; y si no fuese por ese arrojo increíble y esa obediencia ciega a los dictados del corazón, la historia no registraría entre sus páginas muchas de las más estupendas hazañas que el género humano ha llevado a cabo.

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Esa preferencia del pálpito al cálculo significa en el caballero simplemente la fe inquebrantable en sí mismo y en su destino personal. El caballero cristiano acaricia como supremo ideal de vida el de ser él mismo autor, actor y total responsable de su propia existencia.


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En dos grupos podrían generalmente dividirse los hombres en lo que al régimen y dirección de la vida se refiere: los que hacen ellos mismos su propia vida y los que la reciben pasivamente ya hecha. Los primeros buscan sus directivas en el fondo de sus propios corazones; actúan de dentro a fuera; influyen sobre el medio y el contorno; imponen a las cosas la huella de su voluntad soberana. Los segundos acatan normas ajenas, a que el medio social u otros individuos les constriñen; viven al dictado; son materia plástica y sumisa.

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Al primer grupo, sin vacilación alguna, pertenece el caballero cristiano, cuya existencia es una alternativa entre la acción denodada y la abstención orgullosa. El caballero es lo que quiere ser o no es nada.

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Hay en el fondo del alma del caballero un residuo indestructible de estoicismo -Seneca era español- que, hermanado íntimamente con el cristianismo, ha enseñado a los hombres de España a sufrir y a aguantar por una parte, a acometer y a dominar por otra.

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En la historia de nuestra nación hispana adviértese, en efecto, una como oscilación pendular entre el heroísmo y el abstencionismo, entre la hazaña y la inmovilidad, que encuentra bella expresión de sus contrastes en múltiples aspectos de nuestra pintura y de nuestra literatura. Sólo una cosa se mantiene firme: la resolución de no ser vulgar, de ser auténtico, de no sucumbir a la mediocridad de lo común, informe y mostrenco.
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Por eso, también -y perdonad esta digresión hacia lo adjetivo- el caballero cristiano es elegante en su porte e indumentaria. La elegancia de los españoles es proverbial desde hace siglos. Ya Baltasar Castiglione la pondera. Nuestro arte la documenta. Y la raíz de esta cualidad vital se encuentra justamente en la acentuación enérgica que el español reclama de su propia autonomía.

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Al español le preocupa sin duda -y mucho- el que dirán. Pero no lo teme. En la aprobación ajena, que espera y desea, encuentra la confirmación de la valiosa idea que tiene de sí mismo. Pero si lo que hace o dice obtuviere la reprobación ajena, no por eso cambiaría ni su conducta ni la opinión que de sí mismo ha formado. Así las actitudes del caballero, su porte, su indumentaria llevan siempre el sello de la más perfecta desenvoltura y son la expresión más sencilla, directa y espontánea de la seguridad con que su alma siente y piensa.

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La elegancia del caballero español no consiste ni en el minucioso cuidado del atuendo ni en el aspecto artístico de la indumentaria; estriba toda ella en la perfecta naturalidad, en la adecuación perfecta de lo exterior con lo interior. Dijérase que el vestido cae sobre el español como si perteneciera a su propia esencia, como si fuere la prolongación natural de su alma. En este caso -al parecer nimio- se realiza plenamente el hondo ideal del caballero: que la envoltura exterior sea fiel imagen y producto de la esencia interna.

lunes, 23 de marzo de 2009

Pontificia Academia por la Vida ... a favor del ABORTO

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El Arzobispo Rino Fisichella, presidente de la Pontificia Academia para la Vida y rector de la Pontificia Universidad Lateranense .... FAVORECE EL ABORTO
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(Salvo el título, la siguiente noticia es tomada de "L´Espresso" y es de autoría del Vaticanista Sandro Magister)
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"A favor de la niña brasileña": así ha titulado "L'Osservatore Romano" del 15 de marzo una nota en primera página, firmada por el arzobispo Rino Fisichella, presidente de la Pontifica Academia para la Vida, además de ser rector de la Pontificia Universidad Lateranense. A causa de la fama del autor, de los cargos que ocupa y más todavía por los contenidos, el artículo estaba seguramente entre los controlados y autorizados por la Secretaría de Estado vaticana.
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El artículo partía del caso de una niña brasileña en edad fértil ya a los nueve años, violada muchas veces por su joven padrastro, quien quedó encinta de dos gemelos y que luego fue obligada a abortar en el cuarto mes de la gestación.
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El caso, escribió Fisichella, "ha ganado las páginas de los diarios, sólo porque el arzobispo de Olinda y Recife se ha apresurado a declarar la excomunión para los médicos que la han ayudado a interrumpir el embarazo", cuando por el contrario, "antes que pensar en la excomunión", la niña "debía en primer lugar ser defendida, abrazada, acariciada" con esa "humanidad de la que nosotros, hombres de Iglesia, debemos ser expertos anunciadores y maestros". Pero "no ha sido así".
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El ataque al arzobispo de Olinda y Recife – la diócesis en la que Helder Cámara fue su pastor – no podía ser más duro.En efecto, las declaraciones del arzobispo sobre la excomunión de los que llevaron a cabo el doble aborto ocasionaron el exacerbamiento del conflicto ya en curso desde hace tiempo en Brasil entre la Iglesia y el gobierno, la primera empeñada en una gran campaña en defensa de la vida naciente, el segundo orientado a liberalizar el aborto más de cuanto ya lo está.
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Desde Roma, el cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación vaticana para los Obispos, en una entrevista publicada en el diario "La Stampa", defendió al arzobispo de Olinda y Recife.
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El Cardenal Re
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Otro tanto había hecho en Brasil la Conferencia Episcopal, con una nota difundida el 13 de marzo y con declaraciones de su presidente, el arzobispo Geraldo Lyrio Rocha, y su secretario, Dimas Lara.También el nuevo arzobispo de Rio de Janeiro, Orani João Tempesta, se había expresado en el mismo sentido, remarcando entre otras cosas que la madre de la niña había atestiguado que "el único lugar en el que no se había sentido maltratada, sino respetada, había sido la oficina de Caritas".
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Inclusive desde Francia había llegado un notable apoyo a lo hecho por la Iglesia brasileña. El obispo de Toulon, Dominique Rey, de visita en ese país, había declarado que vio con sus ojos "los múltiples testimonios de misericordia llevados a cabo por las comunidades cristianas que se habían acercado y acompañado a la niña y a su madre".
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Pero la Santa Sede se ha comportado en forma diferente. Al publicar el artículo de Fisichella en el "L'Osservatore Romano", ha mostrado que antepone a la defensa de la Iglesia brasileña y de su campaña "pro vita" el objetivo de apaciguar las disidencias con la opinión laica, con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su gobierno.Con esta forma de proceder se ha llevado íntegramente el conflicto al interior de la jerarquía, suscitando además una controversia al insinuar la autorización del aborto en casos como el que está en discusión.
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En efecto, el artículo de Fisichella continuaba de este modo:"A causa de la más que joven edad y de las condiciones precarias de su salud, la vida [de la niña] estaba en serio peligro a causa del embarazo en curso. ¿Cómo actuar en estos casos? Decisión ardua para el médico y para la misma ley moral. Opciones como ésta [...] se repiten cotidianamente [...] y la conciencia del médico se encuentra sola consigo misma en el acto de verse obligado a decidir qué es lo mejor que se debe hacer". Al final del artículo Fisichella elogiaba a quienes "han permitido vivir" a la niña.
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Es verdad que, en otro pasaje, el presidente de la Pontificia Academia para la Vida acentuaba que "el aborto provocado ha sido condenado siempre por la ley moral como un acto intrínsecamente malo. Esta enseñanza permanece inmutable hasta nuestros días".
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Pero las dudas antes asomadas quedaron intactas, y dieron la impronta a todo el artículo. Dudas que contrastan visiblemente con la granítica solidez de este pasaje del parágrafo 62 de la encíclica "Evangelium vitae", de Juan Pablo II:"Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia".
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El Arzobispo de Olinda y Recife
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Al artículo de Fisichella publicado en "L'Osservatore Romano", la arquidiócesis de Olinda y Recife le ha replicado el 16 de marzo con las "Aclaraciones" oficiales, publicadas en forma bien visible en la home page de su sitio web.
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Por parte de Roma no ha habido ningún gesto de recibimiento. Ni siquiera cuando el 21 de marzo se ha pronunciado nuevamente sobre el episodio el director de la sala de prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi.
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Ese día el padre Lombardi estaba en Luanda, acompañando el viaje de Benedicto XVI en Camerún y en Angola.El día anterior, hablando al cuerpo diplomático y haciendo referencia al artículo 14 del Protocolo de Maputo sobre la "salud materna y reproductiva", el Papa había se había pronunciado polémicamente:"¡Qué amarga es la ironía de aquellos que promueven el aborto como una cura de la salud materna! Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva!".
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El padre Lombardi, al encontrarse con los periodistas, ha excluido cualquier relación entre las palabras del Papa y el episodio de la niña brasileña. Y continuó de esta manera:"Sobre esta cuestión, son válidas las consideraciones de monseñor Rino Fisichella, quien en 'L'Osservatore Romano' ha lamentado la excomunión declarada demasiado rápidamente por el arzobispo de Recife.
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Ningún caso límite debe oscurecer el verdadero sentido del discurso del Santo Padre, quien se refirió a algo diferente en extremo. [...] El Papa no ha hablado en absoluto del aborto terapéutico y no ha dicho que debe ser rechazado siempre".Ha sido un golpe que, luego de casi una semana de la difusión de las "Aclaraciones" de la arquidiócesis brasileña, el portavoz oficial de la Santa Sede haya mostrado que la ignora totalmente, tanto en la opuesta reconstrucción de los hechos como en las objeciones de carácter doctrinal y moral.
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A continuación, íntegro, el documento de la arquidiócesis brasileña:Esclarecimientos de la arquidiócesis de Olinda y Recife
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Respecto al artículo titulado "Dalla parte della bambina brasiliana", publicado en "L'Osservatore Romano" el día 15 de marzo, nosotros abajo firmantes declaramos:
1. El acto de estupro no aconteció en Recife, como dice el artículo, sino en la ciudad de Alagoinha, diócesis de Pesqueira. El aborto sí fue practicado en Recife.
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2. Todos nosotros – comenzando por el párroco de Alagoinha, abajo firmante – tratamos a la niña embarazada y a su familia con toda caridad y ternura. El párroco, ejerciendo su celo pastoral, al conocer la noticia en su residencia, se dirigió de inmediato a la casa de la familia, donde se encontró con la criatura para prestarle apoyo y acompañamiento, frente a la grave y difícil situación en la que se encontraba la niña.
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Esta actitud se repitió a lo largo de todos los días, desde Alagoinha hasta Recife, donde se produjo el triste final del aborto de dos inocentes. Por lo tanto, fue evidente e inequívoco que nadie pensó en primer lugar en la "excomunión". Usamos todos los medios a nuestro alcance para evitar el aborto y salvar así las tres vidas.
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El párroco acompañó personalmente al Consejo tutelar de la ciudad en todas las iniciativas que buscaban el bien de la niña y de sus hijos. En el hospital y en las visitas diarias demostró actitudes de cariño y atención que dieron a entender, tanto a la criatura como a su madre, que ambas no estaban solas, sino que la Iglesia, allí representada por el párroco local, les garantizaba la asistencia necesaria y la certeza que todo se haría para el bien de la niña y para salvar a sus dos hijos.
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3. Después que la niña fuera transferida hacia un hospital de la ciudad de Recife, intentamos utilizar todos los medios legales para evitar el aborto. En algún momento la Iglesia fue omitida en el hospital. El párroco de la niña realizó visitas diarias al hospital, desplazándose de la ciudad que dista 230 km de Recife, sin escatimar esfuerzo alguno, para que tanto la criatura como su madre sintiesen la presencia de Jesús, el Buen Pastor que va al encuentro de las ovejas que más precisan de su apoyo. De este modo el caso fue tratado con toda la atención debida por parte de la Iglesia y no "en forma apresurada" como dice el artículo.
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4. No estamos de acuerdo con la afirmación que "la decisión es ardua… para la propia ley moral". Nuestra Santa Iglesia sigue proclamando que la ley moral es clarísima: nunca es lícito eliminar la vida de un inocente para salvar otra vida. Los hechos objetivos son éstos: hay médicos que declaran explícitamente que practican y continuarán practicando el aborto, en tanto otros declaran con la misma firmeza que jamás practicarán el aborto.
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Ésta es la declaración escrita y firmada por un médico católico brasileño: "Como médico obstetra durante 50 años, formado por la Facultad Nacional de Medicina de la Universidad de Brasil, y como ex jefe de la Clínica Obstétrica del Hospital de Andarai, donde serví durante 35 años hasta que me jubilé y me consagré al diaconado, y habiendo realizado 4.524 (cuatro mil quinientos veinticuatro) partos, muchos en menores de edad, nunca necesité recurrir al aborto para 'salvar vidas', al igual que todos mis colegas íntegros y honestos en su profesión y cumplidores de su juramento hipocrático".
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5. Es falsa la afirmación de que el hecho fue divulgado en los diarios solamente porque el arzobispo de Olinda y Recife se apresuró a declarar la excomunión. Basta ver que el caso salió a la luz en Alagoinha el día 25 de febrero, el arzobispo hizo declaraciones a la prensa el día 3 de marzo y el aborto se llevó a cabo el día 4 de marzo. Sería un exceso imaginar que la prensa brasileña, frente a un hecho de tamaña gravedad, lo hubiese silenciado durante un intervalo de seis días.
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De la misma manera, la noticia de la niña ("Carmen") embarazada fue divulgada en los días anteriores a la consumación del aborto. Sólo entonces, interrogado por los periodistas el día 3 de marzo, el arzobispo mencionó el canon 1398 [del código de derecho canónico]. Estamos convencidos que la divulgación de esta pena medicinal, la excomunión, hará bien a muchos católicos, al llevarlos a evitar este pecado gravísimo.
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El silencio de la Iglesia sería muy perjudicial, sobre todo al constatarse que en el mundo entero están aconteciendo cincuenta millones de abortos cada año y sólo en Brasil se suprime un millón de vidas inocentes. El silencio puede ser interpretado como connivencia o complicidad. Si algún médico tiene "conciencia perpleja" antes de practicar un aborto (lo que nos parece extremadamente improbable), él, si es católico y desea observar la ley de Dios, debe consultar a un director espiritual.
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6. En otras palabras, el artículo es una afrenta directa a la defensa de la vida de las tres criaturas, defensa llevada a cabo en forma vehemente por Dom José Cardoso Sobrinho y demuestra que el autor no tiene bases ni informaciones necesarias para hablar sobre el tema, a causa del total desconocimiento de los detalles del hecho.
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El hospital que realizó el aborto en la niña es uno de los dos que realizan siempre este procedimiento en nuestro Estado, bajo el manto de la "legalidad". Los médicos que actuaron en el aborto de los dos gemelos declararon y continúan declarando en los medios nacionales que hicieron lo que ya estaban acostumbrados a hacer "con mucho orgullo". Uno de ellos, inclusive, declaró: "Ya fui, entonces, excomulgado varias veces".
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7. El autor se arrogó el derecho de hablar sobre lo que no conocía, sin siquiera hacer el esfuerzo de conversar previamente de modo fraternal y evangélico con el arzobispo, y por esta actitud imprudente, está causando una gran confusión a los fieles católicos de Brasil. En vez de consultar a su hermano, prefirió creerle a nuestra prensa muchas veces anticlerical.
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Recife, 16 de marzo de 2009
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Edvaldo Bezerra da SilvaVicario, general de la arquidiócesis de Olinda y Recife
Cicero Ferreira de Paula, Canciller de la arquidiócesis de Olinda y Recife
Moisés Ferreira de Lima, Rector del seminario arquidiocesano
Márcio Miranda, Abogado de la arquidiócesis de Olinda y Recife
Edson Rodrigues, Párroco de Alagoinha, diócesis de Pesqueira

EL CABALLERO CRISTIANO: ALTIVEZ CONTRA SERVILISMO

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(Manuel García - Morente, "Idea de Hispanidad", II, 5)
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La combinación de la confianza en sí mismo con la grandeza y el arrojo dan de sí, inevitablemente, la altivez y casi diríamos el orgullo. En esta cualidad el caballero cristiano peca un tanto por exceso -aunque hay casos en que, como dice Aristóteles, es preferible pecar por exceso que por defecto-.
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El caballero cristiano, huyendo del servilismo, incide gustoso en la altivez. Como no estima ninguna cosa nunca tanto como su propia persona, guardaráse muy mucho siempre de mostrar aprecio a cosas ajenas, de aparecer rendido, obsequioso, y de manifestar que encuentra fuera de sí mismo valores que apeteciera poseer.
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El caballero, si es rico, se ufana de menospreciar su riqueza; y si es pobre, se ufana de serlo y subraya su pobreza con su altivez. En todo caso el caballero se precia de ser más que de poseer, y opone el desdén a todo oropel adventicio y material. Esta altivez, en unión con el arrojo, de donde procede, manifiéstase también como afirmación inquebrantable del propósito.
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El caballero no gusta de componendas, apaños ni medias tintas. Aparece en la vida -y es en verdad- intransigente y a veces terco. Pero es la intransigencia y la terquedad del que se siente llamado a cumplir una misión. Es la intransigencia que abre vía a las iniciativas particulares, individuales. Es la intransigencia fecunda que permite a todo propósito sincero desenvolver su propia esencia hasta el término final y completo. Mas como el caballero funda su acción y su conducta en la alta idea que de sí mismo tiene, resulta que nunca aspira a ser otro que el que es; y si se complace y alegra en el trato de los demás hombres, es sólo en cuanto que son en efecto hombres y caballeros, pero no porque ocupen puestos elevados o sean de categoría o alcurnia superior.
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Nada más lejos del alma española que el moderno vicio del snobismo. El español no puede ser snob. Tiene de sí harto elevada opinión y tan profunda conciencia de su ser personal, que prefiere ser quien es -por humilde que sea su condición y posición- a incidir en ridículas y serviles actitudes, saliéndose de su media y categoría humana. El español ha sabido realizar con maravillosa naturalidad y sencillez la síntesis más difícil que pueda imaginarse: servir con dignidad, estar en su sitio sin humillación ni vergüenza y desempeñar con desenvoltura y gravedad al mismo tiempo los más humildes menesteres.
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Dos matices de conducta completarán el cuadro de la altivez del caballero: el silencio y la grandilocuencia. El caballero castellano es hombre silencioso y aun taciturno, grave en su apostura y de pocas palabras en el comercio común. Pero cuando se ofrece ocasión solemne o momento de emoción punzante, el caballero sabe alzar la voz y encumbrarse a formas superiores de la elocuencia y de la retórica. Gustará, entonces, de hablar en términos escogidos y aun, si se quiere, rebuscados; en los términos que él juzga congruentes con el valor de su persona, pensamiento y voluntad.

sábado, 21 de marzo de 2009

EL CABALLERO CRISTIANO: ARROJO CONTRA TIMIDEZ

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(Manuel García Morente; "Idea de Hispanidad", II, 4) .
Otra consecuencia del «ser» caballeresco es la preferencia del arrojo a la timidez o de la valentía al apocamiento. El caballero cristiano es esencialmente valeroso, intrépido. No siente miedo más que ante Dios y ante sí mismo. Pero ¿qué sentido tiene esta valentía? O dicho de otro modo: ¿por qué no conoce el miedo el caballero cristiano?
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Lo característico, a mi juicio, de la intrepidez hispánica es, en términos generales, su carácter espiritualista o ideológico, o también podríamos decir religioso. En efecto, se puede ser valiente -o por lo menos dar la impresión de la valentía- de dos maneras: por una especie de embotamiento del cuerpo y de la conciencia al dolor físico, o por un predominio decisivo de ciertas convicciones ideales.
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En el primer caso situaríamos la valentía de los primitivos, de los hombres toscos, rudos, endurecidos, encallecidos física y psíquicamente; es una valentía hecha en su mayor parte de inconsciencia y de anestesia fisiológica; es una propiedad -¿cualidad o defecto?- de la raza, de la fisiología, de la constitución somática. En el segundo caso situaríamos la valentía de los que van a la lucha y a la muerte sostenidos por una idea, una convicción, la adhesión a una causa. Estos saben bien lo que sacrifican; pero saben también por qué lo sacrifican. Tipo supremo: los mártires.
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Sin duda alguna este segundo modo de la valentía es la que merece más propiamente el nombre de humana. La primera es animal; está en relación con el sexo, con la fisiología, con la anatomía, con la especie o la variedad biológica. La segunda, la humana, es superior a esas limitaciones o condicionalidades «naturales»; es superior al sexo, a la edad, a la efectividad fisiológica y anatómica. Depende exclusivamente del poder que la idea -la convicción- ejerza sobre la voluntad -la resolución.
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Ahora bien, una de las características esenciales del caballero cristiano -y por consiguiente del alma hispánica- es la tenacidad y eficacia de las convicciones. Precisamente porque el caballero no toma sus normas fuera, sino dentro de sí mismo, en su propia conciencia individual, son esas normas acicates eficacísimos y tenaces, es decir capaces de levantar el corazón por encima de todo obstáculo. La valentía del caballero cristiano deriva de la profundidad de sus convicciones y de la superioridad inquebrantable en su propia esencia y valía.
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De nadie espera y de nadie teme nada el caballero, que cifra toda su vida en Dios y en sí mismo, es decir en su propio esfuerzo personal. Escaso y escueto, o abundante y rico en matices, el ideario del caballero tiene la suprema virtud de ser suyo, de ser auténtico, de estar íntimamente incorporado a la personalidad propia. Por eso es eficaz, ejecutivo y sustentador de la intrépida acción.
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El caballero no conoce la indecisión, la vacilación típica del hombre moderno, cuya ideología, hecha de lecturas atropelladas, de pseudocultura verbal, no tiene ni arraigo ni orientación fija. El hombre moderno anda por la vida como náufrago; va buscando asidero de leño en leño, de teoría en teoría. Pero como en ninguna de esas teorías cree de veras, resulta siempre víctima de la última ilusión y traidor a la penúltima. El caballero, en cambio, cree en lo que piensa y piensa lo que cree. Su vida avanza con rumbo fijo, neto y claro, sostenida por una tranquila certidumbre y seguridad, por un ánimo impávido y sereno, que ni el evidente e inminente fracaso es capaz de quebrantar.
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Esa seguridad en sí mismo del caballero cristiano es por una parte sumisión al destino y por otra parte desprecio de la muerte. Ahora bien, la sumisión del caballero a su destino no debe entenderse como fatalismo. Ni su desprecio de la muerte como abatimiento. Ya iremos viendo más adelante el sentido completo de estas cualidades. Baste, por ahora, observar que esa sumisión al destino no se basa en una idea fatalista o determinista del universo, sino que, por el contrario, se funda en la idea opuesta, en la idea de que el destino personal es obra personal, es decir, congruente con el ser o esencia de la persona, que «hace» su propio destino.
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Cada caballero se forja su propia vida; pero no una vida cualquiera, sino la que está en lo profundo de su voluntad, es decir, de su índole personal. Y de su congruencia entre lo que cada cual es y lo que cada cual hace, o entre la índole personal y los hechos de la vida, responde en el fondo la Providencia, Dios eterno, juez universal e infinitamente justo. La fe tranquila, sin nubes, del caballero cristiano es el fundamento de su tranquila y serena sumisión a la voluntad de Dios.
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El desprecio a la muerte tampoco precede ni de fatalismo ni de abatimiento o embotamiento fisiológico, sino de firme convicción religiosa; según la cual el caballero cristiano considera la breve vida del mundo como efímero y deleznable tránsito a la vida eterna. ¿Cómo va a conceder valor a la vida terrenal quien, por el contrario, percibe en ella un lugar de esfuerzo, un seno de penitencia, un valle de lágrimas, hecho sólo para prueba de la santificación creciente? Así la fe religiosa del caballero cristiano, compenetrada estrechamente con su personal fe y confianza en sí mismo, es la que sirve de base a la virtud de la valentía o del arrojo.

viernes, 20 de marzo de 2009

EL CABALLERO CRISTIANO: GRANDEZA CONTRA MEZQUINDAD


(Manuel García Morente; "Idea de Hispanidad", II, 3)
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De esa condición primaria del caballero, paladín de su propio ideal, derívanse un cierto número de preferencias más concretas, que vamos a enumerar rápidamente. En primer lugar la preferencia de la grandeza sobre la mezquindad. Pero ¿qué es la grandeza y qué la mezquindad?
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Grandeza es el sentimiento de la personal valía; es el acto por el cual damos un valor superior a lo que somos sobre lo que tenemos. Mezquindad es justo lo contrario, esto es, el acto por el cual preferimos lo que tenemos a lo que somos. El caballero cristiano cultiva la grandeza, porque desprecia las cosas, incluso las suyas, las que él posee. Pone siempre su ser por encima de su haber. Se confiere a sí mismo un valor infinito y eterno. En cambio no concede valor ninguno a las cosas que tiene. Vale uno por lo que es y no por lo que posee. Don Quijote lo afirma: «dondequiera que yo esté, allí está la cabecera».
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Antes, pues, consentirá el caballero cristiano sufrir toda clase de penurias y de pobrezas y verse privado de toda cosa, que rebajar su ser con el gesto vil, innoble, de la mezquindad, que es adulación a las cosas materiales. El adulador atribuye falsamente al adulado valores y modalidades que éste no tiene; de igual modo el mezquino supone falsamente en las cosas materiales valores que éstas no poseen. El caballero cristiano no adula ni a las personas ni a las cosas. Su grandeza le protege de cualquier mezquindad. Prefiere padecer toda escasez y sufrir trabajos que doblegar la conciencia que de sí mismo tiene.
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Esta preferencia por lo grande sobre lo mezquino, documentaríase fácilmente en mil hechos de la historia española, en innumerables productos del arte y de la vida españoles. El Escorial, por ejemplo, es la ilustración en piedra de esa preferencia; es pura grandeza pobre. La sobriedad de las formas personales y estéticas -a veces rayana en austeridad y aun en tosquedad- impresiona a todo el que se acerca a la vida española; y no es sino un derivado inmediato de esa preferencia esencial de lo grande a lo mezquino.
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La generosidad, a veces loca, del español; el desprecio impresionante con que trata las cosas materiales; la sencillez sublime con que se despoja de todo; la disposición tranquila al sacrificio de todo bien material; he aquí algunas de las consecuencias prácticas de esa condición hispánica que hemos llamado grandeza. El alma española no puede nunca conceder a lo material más valor que el de un simple medio para realzar y engarzar el valor supremo de la persona.

jueves, 19 de marzo de 2009

Aborto en España y la complicidad de la clase política

El aborto, un pecado que clama a Dios
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Manifiesto de la Comunidad Tradicionalista
(Fuente: agencia Faro)
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Ante la próxima aprobación de una nueva ley del aborto, la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC) alerta de la complicidad de toda la clase política parlamentaria contra los no nacidos. La nueva ley abortista de la Ministra Bibiana Aído quiere apuntalar legalmente la actual situación de aborto libre en España, de modo que sea considerado un derecho de la mujer, lo que ya ocurre tácitamente por parte de todas las organizaciones del Congreso.
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Las reacciones de los partidos políticos con representación parlamentaria ante el proyecto de ley, lejos de discutir sobre el núcleo del problema, muestran un escenario en el que nadie defiende el derecho a la vida del nasciturus. La controversia parlamentaria gira únicamente en torno al "más aborto legal" de los partidos de izquierda y el "más aborto guardando las apariencias legales" de los partidos de derechas. De este modo, el Partido Popular no se opone a la modificación legal propuesta por el gobierno porque el aborto supone el asesinato de un ser humano, sino porque, en boca de sus dirigentes, consideran que la "actual ley es fruto del consenso y no es necesaria su modificación".
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Recordemos que la actual ley defendida por los dirigentes populares es la causante de más de un millón de muertes desde el año 1985. En contra de lo que se quiere hacer creer a los españoles, no hay dentro del actual régimen político resquicio alguno para la protección de la vida de los más inocentes.
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El sistema político actual se fundamenta en una idea falsa de libertad que destruye la posibilidad de legislar y actuar políticamente por el bien común y la defensa de los más débiles. Así, cuando desde partidos y organizaciones conservadores se pone el grito en el cielo porque la ley de Aído permite a una menor abortar sin el permiso paterno, se oculta falazmente que en regiones gobernadas por el Partido Popular, representante de esos sectores sociales, se expide gratuitamente la abortiva Píldora del Día Después entre menores sin el consentimiento de los padres.
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Del mismo modo, argumentan los mismos colectivos que la solución pasa por dar facilidades a las mujeres con problemas para que sigan adelante con sus embarazos, cuando en las comunidades regidas por los populares las ayudas económicas para familias numerosas y para nuevos nacimientos son ridículas, mientras las subvenciones para abortar alcanzan unas cifras escandalosas. En todo caso, la solución pasa por prohibir cualquier práctica abortiva y proteger explícitamente la vida de la persona desde su concepción.
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La Comunión Tradicionalista denuncia la falsedad de quienes se arrogan la representación pública de los católicos, cuando están defendiendo unas concepciones y actuaciones políticas que atentan gravemente contra la Ley Divina, la Ley Natural y la persona, creada a imagen y semejanza de Dios. La consecuencia de dicha usurpación pública, bajo el débil barniz del "humanismo cristiano", es participar activamente en el genocidio más aterrador que ha conocido la Historia.

miércoles, 18 de marzo de 2009

El CABALLERO CRISTIANO: UN PALADIN DE LO MAS PERFECTO


(Manuel García Morente, "Idea de Hispanidad", II,2)

Los siglos de Reconquista han impregnado de religiosidad hasta el tuétano el alma del caballero cristiano; infundiéndole, además, la convicción de que la vida es, en efecto, lucha; la lucha por imponer a la realidad circundante una forma buena, una manera de ser excelente, que por sí misma la realidad no tendría.
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El caballero cristiano es, pues, esencialmente un paladín defensor de una causa, deshacedor de entuertos e injusticias, que va por el mundo sometiendo toda realidad -cosas y personas- al imperativo de unos valores supremos, absolutos, incondicionales. Y lo que lo caracteriza y designa como paladín no es solamente su condición de esforzado propugnador del bien, sino, sobre todo, el método directo con que lo procure.
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El caballero cristiano no tiene aguante, no aguarda, no espera; no busca, para transformar la realidad mala en realidad buena, algunos rodeos más o menos largos que de un modo, por decirlo así, mecánico, metódico y natural, vayan produciendo la deseada modificación de la realidad. El caballero cristiano cree ciegamente en la virtud y eficacia inmediata de su propia voluntad y esforzada resolución para transformar las cosas. Otras mentalidades más lentas, menos ejecutivas y más propensas a acatar el sistema de las leyes naturales, pensarán que toda modificación de la realidad por el hombre requiere tiempo, exige primero una sumisión aparente a la legalidad física y material, hasta descubrir, poco a poco, las coyunturas por donde se pueda obligar a la naturaleza a asumir la forma y función determinada por el pensamiento humano de lo mejor.
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Esta manera de actuar sobre las cosas reales postula, empero, la necesidad de esperar; requiere tiempo y trae como consecuencia la idea de una evolución lenta en el proceso de modificación de las cosas por el hombre. Mas el método evolutivo y paciente de influir sobre la realidad repugna al caballero cristiano, que quiere ahora mismo y sin más tardar, por sólo el imperio de su voluntad y poder, que el mal desaparezca y el bien sea, y que todo se someta a la fórmula contundente de sus palabras.
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Hay en la mentalidad del paladín al mismo tiempo optimismo e impaciencia; optimismo como fe absoluta en el poder moral de la voluntad; impaciencia como demanda de transformación inmediata y total, no gradual y progresiva. Para el caballero cristiano, en suma, el ideal moral no es la norma a que se somete un proceso de transformación lento y progresivo, sino el imperativo de realización inmediata, completa y perfecta.
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Esta manera de sentir y de pensar implica, a su vez, un cierto desprecio de la realidad intrínseca; no sólo en el sentido de considerarla mala o indiferente, sino también en el sentido de tenerla por fácilmente vencible, transformable, dominable. La materia, el cuerpo, los cuerpos están o deben estar a las órdenes del espíritu; si se niegan a obedecer a éste, es preciso obligarles, por la violencia, si fuera necesario, o por la penitencia o por el castigo sobre sí mismo y sobre los demás.
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El caballero cristiano no duda de poder transformar la realidad, de acuerdo con los imperativos de las preferencias absolutas; justamente porque desprecia esa realidad y la considera incapaz de verdadera y autónoma existencia. La vida, pues, toda la vida habrá de consistir esencialmente en una constante enmienda de las cosas, de acuerdo con los dictados de lo mejor, de lo más perfecto.Ahora bien, ¿qué es lo mejor, lo más perfecto? ¿Quién dice al caballero cristiano lo que tiene que preferir, lo que debe hacer, la ley a que debe someter a los demás y a sí mismo?
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Ahora llegamos a otro punto capital de nuestro análisis. Esos valores, esas preferencias absolutas, esa ley a que el caballero cristiano somete a los demás y se somete a sí mismo, no proceden de ningún código escrito, ni de costumbres, ni de convenciones humanas; proceden exclusivamente de la propia conciencia del caballero. El caballero no los encuentra hechos y vigentes, sino que los hace e impone él por sí mismo. No están «ahí», como las leyes públicas; sino que florecen en el corazón del caballero, el cual no conoce otra legalidad que la ley de Dios y su propia convicción. El caballero cristiano es el paladín de una causa, que se cifra en Dios y su conciencia. No acata leyes que no sean «sus» leyes; no se rige por otro faro que la luz encendida en su propio pecho.

martes, 17 de marzo de 2009

EL CABALLERO CRISTIANO

(Manuel García Morente, "Idea de Hispanidad")


El valor del símbolo
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Cuando algo no puede ni definirse ni señalarse con el dedo; cuando algo no tiene posible concepto ni posible intuición, entonces la única manera de descifrarlo y evocarlo consiste en descubrirle algún símbolo adecuado. Símbolo es una figura real -objeto o persona- que, además de lo que ella es en sí y por sí misma, desempeña la función de descifrar y evocar algo distinto de ella. La bandera es un símbolo. La balanza de la justicia es un símbolo. De igual manera, ¿no podríamos descubrir alguna figura de cosa o de persona que nos empujase irremediablemente hacia ciertos pensamientos, ciertos sentimientos, ciertas emociones e intuiciones similares o idénticas a esa «modalidad» del ser hispánico? Intentémoslo y preguntemos, ante todo: ¿en qué figura podría simbolizarse lo español, el estilo de la hispanidad?
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¿En qué símbolo podrá reflejarse la hispanidad?
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No podrá, desde luego, simbolizarse en una cosa. Para simbolizar un modo de ser viviente, una cosa inánime no sirve. La figura simbólica tendrá, pues, que ser figura de persona viva, un ser humano, un hombre. Puesto que lo que se trata de simbolizar aquí es un estilo de vida, el camino para hallar el símbolo no podrá ser otro que el de buscar en el arsenal de nuestra historia y de nuestra cultura españolas alguna figura humana que sea típica y que, sin ser real -pues sería entonces harto limitada-, designe en su diseño psicológico, con amplitud suficiente, la modalidad particular del alma española. ¿Dónde encontraremos semejante figura, que no siendo real se aplique, sin embargo, a la realidad hispánica y que no caiga en el peligro de la fría abstracción y del mero esquema?

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El Cid, un hombre, un símbolo

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Lo primero en que se nos ocurre pensar es el arte. En las producciones del arte tenemos, efectivamente, un buen repertorio de figuras irreales y, sin embargo, concretas, y bien llenas de espiritualidad y de estilo hispánicos. Una solución muy atractiva sería, por ejemplo, la de simbolizar el estilo español en las figuras de Don Quijote y Sancho. Encontraríamos, sin duda, en ellas, un gran número de alusiones y evocaciones de la eterna hispanidad. También podría elegirse la figura artística del Cid. Acaso, igualmente, alguna traza sacada de un cuadro español famoso. Así no sería mal símbolo del estilo español la figura central del cuadro de Velázquez denominado las Lanzas. En esta escena vemos a Espínola recibiendo con gesto de suprema elegancia y benevolencia las llaves que entrega el burgomaestre de la ciudad de Breda. El contraste entre los dos personajes es notabilísimo. Velázquez ha sabido, con intuición genial, cifrar en esas dos figuras los estilos de dos pueblos completamente dispares.
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La rendición de Breda, de Velázquez
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También el retrato del Greco, conocido bajo el nombre de «el caballero de la mano al pecho», nos proporcionaría quizás un elocuente símbolo de la humanidad española.
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El Caballero de la mano en el pecho, de El Greco
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Pero todas estas figuras, tomadas del tesoro artístico de España, tienen un grave inconveniente: su excesiva determinación, su adscripción marcada a un momento, a un lugar o a una esfera de la realidad vital. Y esta determinación excesiva les impide desempeñar con plenitud de valor la función de símbolos de la hispanidad integral. Podrán, sin duda, plasmar con acusado relieve, en trazos inolvidables, una o dos o tres cualidades de la índole hispánica; pero no es fácil que tengan la universalidad que para nuestro intento se requiere.
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Nuestro intento, efectivamente, no es sólo de evocación concreta, sino también de sugestión amplia; es, a un tiempo mismo, sentimental, intuitivo e intelectual, discursivo. Los símbolos procedentes de esferas demasiadamente acusadas y de concreciones demasiadamente limitadas, correrían el riesgo de reducir con exceso el área de su vigencia y aplicación. Más que una figura, lo que necesitamos, pues, para simbolizar la hispanidad, es un tipo, un tipo ideal; es decir, el diseño de un hombre que, siendo en sí mismo individual y concreto, no lo sea, sin embargo, en su relación con nosotros; un hombre que, viviendo en nuestra mente con todos los caracteres de la realidad viva, no sea, sin embargo, ni éste, ni aquél, ni de este tiempo, ni de este lugar, ni de tal hechura, ni de cual condición social o profesional; un hombre, en suma, que represente, como en la condensación de un foco, las más íntimas aspiraciones del alma española, el sistema típicamente español de las preferencias absolutas, el diseño ideal e individual de lo que en el fondo de su alma todo español quisiera ser.
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El Cid. Buscando lo que todo español quisiera aspirar.
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El Caballero cristiano
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Los antiguos griegos, para representar plástica e intuitivamente el estilo de su nación, forjaron el término bien expresivo de kalós kai agathos; el hombre bello y bueno. La síntesis de esas dos virtudes, material y corpórea la una, moral y cordial la otra, simbolizan perfectamente el ideal humano, que, más o menos claro, se cernía ante la mirada de todos los griegos clásicos.
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Del mismo modo, el ideal humano, que los romanos clásicos aspiraban a realizar, puede también condensarse o simbolizarse en los dos términos famosos del otium cum dignitate, que dibujan inequívocamente la gravedad honorable del patricio, alejado de todo negocio (nego otium) y exclusivamente dedicado a la administración de sus bienes, de la república y de la honra personal y familiar. Y para no citar sino un solo ejemplo de naciones modernas, recordad la significación de infinitas resonancias que tiene para los ingleses la palabra gentleman, donde se concreta y a la vez se condensa toda una ética, una estética, una sociología y, en suma, la manera misma de ser típica del pueblo inglés.
....€ La "Tizona", actualmente en el Palacio Real de Madrid
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Pues bien, yo pienso que todo el espíritu y todo el estilo de la nación española pueden también condensarse y a la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspiración secreta y profunda de las almas españolas, el caballero cristiano. El caballero cristiano -como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del griego- expresa en la breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos. Caballerosidad y cristiandad en fusión perfecta e identificación radical, pero concretadas en una personalidad absolutamente individual y señera, tal es, según yo lo siento, el fondo mismo de la psicología hispánica. El español ha sido, es y será siempre el caballero cristiano. Serlo constituye la íntima aspiración más profunda y activa de su auténtico y verdadero ser -que no es tanto el ser que real y materialmente somos, como el ser que en el fondo de nuestro corazón quisiéramos ser.
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Vamos, pues, a intentar un análisis psicológico del caballero cristiano, de ese ser irreal, que nadie ha sido, es, ni será, pero que -sépanlo o no- todos los españoles quisieran ser. Vamos a intentar describir a grandes rasgos la figura del caballero cristiano, como representación, símbolo o imagen del estilo español, de la hispanidad. ¿Qué siente, qué piensa, qué quiere el caballero cristiano? ¿Cómo concibe la vida y la muerte? ¿Cómo cree en Dios y en la inmortalidad? ¿Cuál es el matiz de su religiosidad? ¿Cuál es, en suma, su sistema de preferencias absolutas? Esta descripción interior del caballero cristiano es la única manera posible de determinar -en cierto modo- la esencia de la hispanidad, el estilo de la nación española.