Es típico del siglo XX, y de nuestro siglo que lo continúa. Sus mitos y mentiras son tan universales que todo el mundo vive de ellos hasta que, de un día para otro, alguién los derrumba. A veces, para entrar en una pendiente que lleva a un abismo moral y social aún más profundo.
jueves, 30 de octubre de 2008
La caída de los "grandes hombres" de Wall Street
miércoles, 29 de octubre de 2008
Avila, tierra de mártires y santos
Vanessa Cisterna R

¿Qué guarda esta Iglesia? Historias y leyendas que iluminan nuestra propia historia
El sol se posa sobre sus muros para decirnos que la fe aún existe en este siglo incrédulo. Es sólo que está guardada a la espera de una resurrección como las reliquias de los mártires y santos que se veneran adentro.
Los mendigos piden una moneda a la entrada, como para recordarnos ante los ojos de Jesús y los apóstoles esculpidos en piedra que el justo Juez nos pedirá cuenta de nuestras obras en el día del Juicio.
Cristo de eterna majestad deja traslucir su mirada. El tiempo ha erosionado la piedra pero no lo suficiente para no ver esa fisonomía toda sagrada del Señor que nos llama a entrar en la Basílica con corazón puro.
Una imagen de Nuestra Señora del siglo XII nos detiene. Ella es una Madre tan grande, que el mismo Dios hecho niño toca su mentón con la ternura de un hijo. Es una Señora tan poderosa, que con su mano sostiene a quien creó el universo.
Frente al altar se encuentra el cenotafio (del siglo XII) con los restos de San Vicente y sus dos hermanas, Santa Sabina y Santa Cristeta, mártirizados el año 303 por orden de Daciano.


Por orden del Emperador Dioclesiano, el Cónsul Daciano llega a Hispania el año 302 para encabezar una feroz persecusión contra los cristianos.
Una de sus víctimas más veneradas en la época fue San Vicente y sus hermanas.
Su historia se narra gráficamente en el Cenotafio.

1a Escena:
Daciano exige a S. Vicente renegar de la fe

2ª ESCENA
San Vicente es forzado a llevar ofrendas a Júpiter, sus huellas quedan impresas en la piedra

3ª ESCENA
Ya en prisión, sus dos hermanas, Santa Cristeta y Santa Sabina
le persuaden para que huya de la cárcel

4ª ESCENA
Daciano ordena a sus tropas perseguir a los tres santos

5ª ESCENA
San Vicente y sus dos hermanas llegan a las puertas de Ávila
6ª ESCENA (a la extrema izquierda): Los tres santos han sido detenidos y están siendo desnudados para llevarlos al martirio
7ª ESCENA (figura siguiente): En esta escena se ve como les descoyuntan los huesos con unas horquillas de madera
8ª ESCENA (al centro): Aquí están aplastandoles la cabeza con enormes maderos mientras en la parte superior unos ángeles llevan sus almas hasta Dios
9ª ESCENA (a la derecha): Narra la historia del judío que quiso profanar los cuerpos de los santos pero estos fueron defendidos por una enorme serpiente. El hombre, impresionado por el hecho, promete convertirse y dar sepultura a los tres santos
10ª ESCENA (al extremo derecho): El judío construye los ataúdes. Posteriormente, con su fortuna, construirá una Iglesia para venerar los cuerpos de los tres santos hermanos
Tumba de San Vicente y sus dos hermanas
Tumba actual del buen judío convertido a la fe, que quiso ser enterrado al lado de los mártires
La Basílica de San Vicente de noche. Salir es como entrar al paraíso....
ASPECTOS MÉDICOS DE LA MUERTE DE CRISTO
Algunas áreas de la medicina, como la paleontología forense, se dedican a escudriñar las causas de muerte de personas ocurridas cientos de años antes, pero siempre teniendo alguna evidencia física tangible del cuerpo del investigado, generalmente restos óseos.

El famoso Santo Sudario de Turín
Sus resultados son impresionantes a la hora de confirmar lo que nos enseña la tradición, más allá de las controversias que los enemigos de la fe suscitan de cuando en vez -la más famosa fue la prueba del carbono 14- para intentar derrumbar la evidencia.
Los azotes
Consta en el Evangelio que Poncio Pilatos mandó a azotar a Jesús antes de ordenar su crucifixión. Según los historiadores, los azotes eran una práctica común antes de cualquier ejecución romana, con excepción de las mujeres, senadores romanos y soldados no desertores. El principal objetivo de esta práctica era debilitar a la víctima lo máximo posible.
Se usaba un látigo llamado flagrum, que era corto en tamaño, con 2 ó 3 correas de cuero, de longitud variable, en las que se ataban, a intervalos pequeños, bolas de acero o pequeños pedazos de hueso de oveja con el fin de aumentar el daño físico.

Los primeros azotes abrían la piel y el tejido bajo ella. Los golpes subsecuentes desgarraban los músculos del dorso de manera cada vez más profunda (trapecio y dorsal y más profundamente los músculos erectores espinales llegando hasta los intercostales) (Figura 2).
Tal podía ser su intensidad y profundidad que algunas veces podían, incluso, provocar fracturas costales. Además de la rotura muscular, los latigazos provocaban laceración de los vasos sanguíneos tanto superficiales como profundos y compromiso de los nervios sensitivos (encargados de “sentir” el dolor).
Se sabe que el compromiso de las ramas dorsales de la médula espinal provoca gran dolor. El dolor y sangramiento producido por los azotes podían ser tan grandes que frecuentemente llevaba a un shock circulatorio, es decir una respuesta del organismo destinada, por una parte, a mantener el riego sanguíneo hacia los órganos más “nobles” como el cerebro, corazón y riñones y, por otra, evitar al máximo el dolor, traduciéndose esto en la pérdida del conocimiento.
La cantidad de sangre perdida durante los azotes podía determinar bastante bien el tiempo de supervivencia en la cruz.
La Crucifixión
Sin lugar a dudas la crucifixión fue una de las formas de castigo público más humillantes conocidas en la historia de la humanidad. Cicerón la describe como el método más cruel y terrible de ejecución. Flavio Josephus la considera como la más miserable de las muertes y Séneca, en su epístola 101 a Lucillus, prefiere el suicidio a la crucifixión.
El origen de esta tortura no está claro. Se cree que la inventaron los persas, pasando luego a Egipto y Cartago gracias a Alejandro El Grande y probablemente de Cartago al Imperio Romano. Se piensa que duró cerca de 800 años hasta que fue descontinuada por Constantino.
La forma de efectuar la crucifixión fue variando con los años. En un inicio, entre los persas, las víctimas eran atadas o empaladas a un árbol o poste vertical, manteniendo sus pies sin tocar el “suelo sagrado”. Al ir evolucionando, se comenzó a usar una cruz, la que generalmente se componía de 2 partes: un poste vertical o estipes y una viga horizontal o patibulum. La forma de la cruz debió tener muchas variaciones según la zona geográfica y la imaginación de los ejecutores.
Se han descrito cruces de varias formas: la cruz decussata tenía forma de "X", la commissata se parecía a la letra "T" y la immisa, que es la cruz latina clásica, preferida por los romanos, y que podía tener también forma de la letra "Tau".
El estipes podía tener un bloque de madera horizontal o tablón que servía de silla, llamado sedile o sedulum, ubicado en su mitad inferior y servía para prolongar el proceso de crucifixión al mejorar la respiración. También se le podía adicionar, al estipes, un bloque llamado suppedaneum que servía para apoyar los pies, con la misma finalidad que el sedile.
Se dice que los romanos fueron los que perfeccionaron la crucifixión, transformándola en un método de tortura y castigo capital que producía una muerte lenta con máximo dolor y sufrimiento.
En general los romanos reservaban este tipo de ejecución para los más viles criminales, los revolucionarios, extranjeros y esclavos.
En esa época se preferían este método de castigo principalmente por 3 razones: Primero, provocaba un dolor inmenso en la víctima, tanto que, a menudo, se realizaba con el sujeto inconsciente; Segundo, provocaba una muerte "en paños menores", lo que alimentaba la viciocidad extrema de estos actos criminales y, por último, representaba un referente terrorífico para cualquiera que contemplara tal espectáculo.
Debido a la magnitud de la humillación que significaba ser crucificado, la ley romana protegía a sus ciudadanos de la crucifixión, excepto en el caso del soldado desertor.
Los romanos llegaron a usarla de manera tan cruel que Calígula, entre los años 37 y 41 DC, torturaba y crucificaba a los judíos en el anfiteatro para entretener a los habitantes de Alejandría.
Entre los judíos, la crucifixión fue un acto muy excepcional. Ellos más bien ejecutaban a la víctima primero y luego las colgaban en un árbol por 1 día, de acuerdo a la Ley antigua (Deut 21:22-23).
En la historia judía se registran sólo 2 casos de crucifixión ordenadas por ellos contra otro judío: el primero en el año 267 AC, en que el Sumo Sacerdote Alejandro Janneus ordenó la crucifixión de 800 fariseos delante de sus esposas e hijos. El segundo fue el caso de Jesús de Nazaret, Nuestro Señor, cuya muerte por crucifixión fue exigida por “el pueblo judío” a Poncio Pilatos.
El proceso de la crucifixión romana en sí comenzaba luego de los azotes. El condenado debía llevar el patibulum por sí mismo hasta el sitio de la crucifixión, generalmente en las afueras de la ciudad. Allí habían colocadas, en forma permanente, vigas de madera verticales, haciendo las veces de estipes, donde se aseguraba el patibulum llevado por la víctima.
Una guardia romana completa, guiada por un centurión, acompañaba a la víctima al lugar del sacrificio, la que, generalmente vendada, llevaba el patibulum sobre su nuca balanceándose sobre ambos hombros (Figura 3).
Figura 3
Generalmente se ataban los brazos al madero durante la procesión. Se calcula que el peso del patibulum oscilaba entre 34 y 57 Kg. Uno de los soldados llevaba un "titulus" donde aparecía el nombre y el crimen cometido por el condenado.
Una vez en el sitio de ejecución, se le daba a la víctima un sorbo de vino mezclado con mirra que tiene efectos analgésicos, de manera que resistiera mejor los dolores propios de la crucifixión.
Luego se le arrojaba al suelo, de espaldas, con los brazos estirados sobre el patibulum procediendo a clavarlos o amarrarlos a él. Se discute cuál era la manera usual pero probablemente dependía tanto del número de víctimas a crucificar como de la naturaleza del crimen y de la crueldad de los ejecutores.
Los brazos quedaban así estirados pero no tensos, formando un ángulo aproximado de 65 a 70º con la horizontal. Para clavar a las víctimas se usaban verdaderas estacas de hierro que medían entre 13 y 27 cms de largo y de diámetro de 1 cm de ancho, de forma cuadrada.
El lugar anatómico por donde se clavaban las manos también podía haber variado. Varios estudios han demostrado que los huesos de la palma de la mano no pueden soportar el peso del cuerpo, ya que el clavo en esa posición se desliza entre los huesos rompiendo los tendones flexores y extensores existentes. El sitio más probable para introducir el clavo era la muñeca o el espacio entre los huesos del antebrazo (radio y cúbito) (Figura 4).
Aparece un gran surco en la parte interna de la base del pulgar: es el surco tenar. Un clavo guiado por este surco apuntando hacia el dedo índice sale por la parte posterior de la palma (Figura 6)
Figura 6
Una vez clavados o amarrados los brazos al patibulum, se levantaba este con la víctima colgando y se fijaba al estipes. La cruz Tau tenía una articulación embutida la que se reforzaba con ligas. Para levantar el patibulum generalmente en lo alto de la cruz los soldados usaban horquillas de madera.
Una vez fijo el patibulum se procedía a clavar o amarrar los pies. Habían varias maneras de clavarlos: ambos con un solo clavo al medio, en el dorso; ambos con un solo clavo en el talón; cada pie con un solo clavo, etc. Todas requerían la flexión y rotación lateral de las rodillas (Figura 7).

El clavo podía traspasar directamente el hueso del talón (calcáneo) o pasar por las articulaciones de los huesos del pie, llamadas tarsometatarsianas (entre los huesos matatarsianos y cuneiformes) o por la articulación tarsal transversa (entre el calcáneo y los huesos cuboides o navicular) (Figura 8).

Posteriormente se procedía a amarrar o clavar el titulus en la cruz justo por sobre la cabeza de la víctima. Una vez terminado el proceso, tanto los soldados como la multitud civil espectadora generalmente se burlaba del condenado y los soldados se dividían sus ropas. La guardia romana que había acompañado todo el proceso no podía abandonar a la víctima hasta asegurarse de su muerte.
Para apurar la muerte, que muchas veces duraba días, los soldados podían romper las piernas del crucificado bajo las rodillas, procedimiento llamado crucifragium o skelocopia.
No está claro el efecto último de esta acción. Algunos investigadores, como el médico Barbet, piensan que era para que la víctima se asfixiara, como lo veremos más adelante; otros, que era para aumentar el shock traumático; otros, que era para impedir que la víctima se arrastrara una vez descendida de la cruz y así permitir que fuera devorada por los animales carroñeros.
Como los soldados debían estar seguros de la muerte del crucificado, era costumbre entre los romanos que un guardia atravesara el cuerpo con una espada o lanza de manera de golpe de gracia.
Una vez muerto, el cuerpo podía quedar en el lugar para que fuese devorado por animales o también podía facultársele a la familia el sepulcro luego de obtener el permiso necesario de los jueces romanos.
Durante la estadía en la cruz, no pocas veces insectos podían posarse en las heridas abiertas o en los ojos, nariz, oídos o también los pájaros carroñeros podían morder las heridas.
Los hallazgos arqueológicos han ayudado mucho para, primero, certificar la realidad histórica de la crucifixión y segundo, para comprender más su proceso.
Uno de los principales descubrimientos en este ámbito se realizó en 1968 por el equipo de Tzaferis, los que descubrieron 4 cuevas-tumbas en Giv'at ha-Mivtar, al norte de Jerusalén, ceca del monte Scopus.
La data de las tumbas era entre el siglo 2 AC hasta el año 70 DC. El estilo de las tumbas era el típico de los judíos de la época. Dentro de las cuevas se encontraron 15 osarios con huesos de 35 sujetos. Nueve tenían rasgos de muerte violenta y uno de ellos, en cuyo osario estaba escrito, en hebreo, con letras de 2 cms: "Jehohanan el hijo de HGQWL", tenía signos de crucifixión.
Los restos de Jehohanan mostraban que el tercio inferior del hueso radial derecho tenía un surco, probablemente causado por la fricción entre un clavo y el hueso (Figura 9).


Aparentemente, Jehohanan fue crucificado con el pie derecho sobre el izquierdo. Probablemente el pedazo de madera de Olivo servía para aumentar la superficie de "agarre" de manera de impedir el movimiento libre de los pies. Las piernas de Johahanan aparecen rotas.
Un gran golpe de algún elemento muy pesado debió estrellar la pierna derecha fracturando la izquierda que estaba contigua al patibulum.
Como ya lo mencionamos, la forma de crucifixión debió variar mucho con el paso de los años y según la imaginación de los verdugos, por lo que no necesariamente Jesús fue crucificado en la misma forma que Jehohanan. De hecho, el Sudario nos muestra una forma de tortura que hace suponer una crucifixión más dolorosa que lo común. Continuaremos con el tema en la próxima edición de Reacción Católica.
(Este artículo es fruto de diversas conferencias que el autor ha dado en Chile. Puede citarse indicando la fuente)
martes, 28 de octubre de 2008
Nietzsche, ¿Dios ha muerto?
Julio Alvear Téllez

Ese odio que niega el pasado, en cuanto portador de la tradición cristiana, y que a la vez construye lo nuevo de manera prometeica, tan propia del movimiento que llamamos Revolución, se ve reflejado en Nietzsche casi como en ningún otro pensador, salvo quizás Feuerbach o Sartre.

Citamos a continuación extractos de dos libros de Nietzsche, ricos en significado revolucionario. ¿Seremos capaces de leerlos entre líneas y discernir lo que Nietzsche anuncia como "profeta" de la Revolución?



Esta es una de las grandes promesas con que la Revolución ilusionó a las sociedades modernas: "Si quieres ser libre, abandona los mandamientos de la Ley de Dios y los consejos de su Iglesia". Nietzsche fue uno de sus pregoneros a nivel filosófico: Es necesario que Dios muera, para que viva el hombre nuevo. Pero lo que Nietzsche dijo vociferando, otros lo ejecutaron en este último siglo de manera gradual, pero al fin con la misma radicalidad, a través de una política sin Dios, una economía sin Dios y una sociedad sin Dios.
Los procesos de Nüremberg y el Derecho

Libro recomendado: la Conjuración anti-cristiana

La obra abunda en datos y fuentes, cuenta con una carta de congratulación a nombre del Papa San Pío X y curiosamente se encuentra prácticamente desaparecida de librerías y bibliotecas públicas.
Firma contra el Aborto: campaña de Catholic Family Human Rights

Pincha aquí:
http://www.c-fam.org/publications/id.97/default.asp
Gaya Ciencia, texto de análisis
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EL LOCO
¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: “¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!”. Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios (sic), sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? - así gritaban y reían alborozadamente.
El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. “¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino.
Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía?
¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos?
Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ella? Nunca hubo un acto tan grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora”
Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó.
“Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino (...)
Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternan deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó siempre esta única frase: “¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?”.