martes, 2 de diciembre de 2008

El Concilio Vaticano II: Indecisión frente a los pedidos de la Madre de Dios

4) LA ACTUACIÓN DE PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA
(Julio Alvear Téllez)


Plinio Corrêa de Oliveira siempre hacía ver el vínculo, actual o virtual, entre el progresismo teológico y el “izquierdismo católico”. En las luchas anti-progesistas dentro del Concilio, la labor del Dr.Plinio a este respecto será decisiva.

En las vísperas del Vaticano II se traslada a Roma, y junto a sus discípulos, instala una oficina para colaborar con sus dos obispos más íntimos: Mons. Geraldo de Proença Sigaud y Mons. Antonio de Castro Mayer. La oficina se transforma pronto en la secretaría del Coetus Internationalis Patrum, que integran Mons. Marcel Lefèbvre, Mons. Luigi Carli y otros treinta ilustres obispos, además de un grupo de profesores de la Universidad Lateranense.

El Dr. Plinio colabora en algunos documentos que estarán llamados a hacer historia, y que colocarán al Concilio en la alternativa de alertar a los fieles y continuar la lucha contra los errores del mundo moderno, o ceder y cantar loas de compromiso con ese mismo mundo, con la esperanza de que tras un intercambio de sonrisas, el mundo no entraría en la Iglesia para devorarla en su propio seno.

Uno de esos documentos tiene que ver con el Cielo. Está referido al mensaje que la Madre de Dios anunció al mundo y a la Iglesia en Fátima. Al respecto, el Concilio constituía históricamente una oportunidad excepcional para que el Papa, en conjunto con los obispos de todo el orbe católico, atendieran a los pedidos de la Sma. Virgen respecto de la conversión de Rusia a su Inmaculado Corazón. Como sabemos, dicha consagración ya había sido hecha por Pío XII, pero como acto solemne del Papa, sin la unión con los obispos del mundo.

Desde la perspectiva de Fátima, Rusia representaba –y representa- un papel especial y misterioso dentro del plan de la Providencia. En 1917, en la Segunda parte del Secreto, ella era indicada como un azote de Dios. Fue un castigo para la humanidad que el comunismo tomara cuenta de Rusia, y desde ahí se expandiera por el mundo por el fraude o el río de sangre. La Virgen hace depender de un acto del Papa y de la jerarquía católica la conversión de Rusia y hace depender de esa conversión la paz del mundo.

El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira no podía callar en este punto, porque ya veía venir in toto la desastrosa “ostpolitik” vaticana con la Unión Soviética y sus satélites. El Dr. Plinio tuvo la idea y colaboró en la redacción de una solicitud a Paulo VI implorándole que, en unión con todos los obispos del mundo, atendiese a los pedidos de la Virgen y consagrase de manera explícita a Rusia a su Inmaculado Corazón.

La petición fue suscrita por 510 Patriarcas, cardenales y obispos de 78 naciones y fue entregada personalmente al Papa por Mons. Geraldo de Proença Sigaud el 3 de febrero de 1964. El Dr. Plinio escribía un mes después que se trataba de un documento “de inconfundible importancia en la lucha contemporánea contra el mayor adversario del Santo Padre, de la Igresia Católica y de la Cristandade” (Cfr. “À margem de três documentos providenciais”, in Catolicismo, 159, Marzo de 1964)

El 14 de septiembre de 1964 se abrió la tercera sesión o etapa del Concilio, la que se clausuró el 21 de noviembre del mismo año. Sabiendo que una minoría muy activa de obispos se oponía a la consagración de Rusia, los obispos que la firmaron se mantuvieron expectantes frente a la actitud que tomaría el Papa.

En efecto, los temas del comunismo y la misma Santísima Virgen tenían un cierto vínculo problemático para quienes, en nombre del ecumenismo o de doctrinas innovadoras, pretendían que el Concilio se abriese al mundo evitando condenaciones.

Liderados por algunos Cardenales franceses y alemanes neo-modernistas, un grupo de obispos ya se había opuesto a que el Concilio le dedicara a la Madre de Dios un documento especial. El Cardenal Köenig lideró tal propuesta. Entre los motivos alegados figura explícitamente la ratio oecumenica, el deseo de agradar a los protestantes (Cfr. Alberigo, G., “Historia del Concilio Vaticano II”, Vol. III, edición española de Peeters/Sígueme, Salamanca, 2006, p.98-99 (artículo de A. Melloni). Este grupo se había organizado también para que la Virgen no fuera invocada como “Madre de la Iglesia”, “Corredentora” y “Medianera universal de todas las gracias”, títulos que se habían proclamado en bulas y encíclicas pontificias anteriores. Las iniciativas en torno a la omisión del título de “Mediatrix” fracasaron, aunque no del todo. La Madre de Dios figura como “medianera” en la constitución conciliar sobre la Iglesia (“Lumen Gentium”), aunque no se recuerda que lo es “de todas las gracias”.

Transcurridos los debates, y entre “tira y afloja”, se acuerda que la Virgen ocupe un lugar dentro de la“Lumen Gentium”. En este documento conciliar, no obstante que se recogen aspectos importantes de la tradición católica respecto de la Madre de Dios, hay otros que se dejan en la oscuridad “para agradar a los protestantes”. No se la reconoce como “Madre de la Iglesia” ni como “Corredentora”, ni se habla explícitamente de su realeza.

Sobre el primer aspecto, treinta años después, Juan Pablo II reconocerá que el Concilio tuvo “cautelas terminológicas (del texto conciliar Lumen Gentium)” respecto de la Virgen María, pero que “no obstaculizaron la exposición de (la) doctrina” (Cfr. Audiencia general de los miércoles, 13 de diciembre de 1995, sobre la presencia de María en el Concilio Vaticano II). Y que “aunque (el Concilio) evita utilizar el título de Madre de la Iglesia, el texto de la Lumen Gentium subraya claramente la veneración de la Iglesia a María como Madre amantísima”. (Cfr. Catequesis de la Audiencia general de los miércoles, 17 de septiembre de 1997, sobre María como Madre de la Iglesia). O sea, como el Concilio quiso decir algo pero no lo dijo, hay que deducirlo...

El 21 de noviembre de 1964 se promulga la“Lumen Gentium” sin la antecedente mención. Entre líneas se leía que no hay nada menos favorable al “ecumenismo” que la proclamación de los títulos de la Madre de Dios. Los más entusiastas del ecumenismo estaban exultantes. Pero no dejaba de ser una tragedia que ¡¡por razones pastorales!! , por coqueteos con el mundo moderno, la jerarquía eclesiástica se reuniera en un concilio evitando llamar madre a su propia Madre.

Por otro lado, el Papa no había tomado ninguna iniciativa para que se sometiera al aula conciliar la petición de consagración de Rusia. Dos silencios, entonces, que eran dos omisiones, pesaban en la magna asamblea.

Un recurso, sin embargo, quedaba. Que Paulo VI en su discurso de clausura de esta tercera sesión del Concilio proclamara a la Virgen como Madre de la Iglesia y consagrara a Rusia a su Inmaculado Corazón.

Y efectivamente, Paulo VI en su discurso proclamó a la Santísima Virgen como “Madre de la Iglesia”, aunque insertó esa maternidad, casi por paradoja, como orientativa de la nueva tarea ecuménica del Concilio. Con eso parecía satisfacer a los adversarios de Nuestra Señora en una incómoda mixtura, pues no hay nada más opuesto al ecumenismo posconciliar que la sagrada persona de la divina María.

Acto seguido, el Papa se refirió a Fátima con estas palabras: “nuestra mirada se abre a los ilimitados horizontes del mundo entero, (…) que Nuestro Predecesor Pío XII, de venerable memoria, no sin una inspiración del Altísimo, consagró al Corazón Inmaculado de María. Creemos oportuno, recordar hoy, este acto de consagración. Con este fin hemos determinado enviar, por medio de una Misión especial, la Rosa de Oro al Santuario de Nuestra Señora de Fátima (…) conocido y venerado por los fieles de todo el mundo católico. De esta forma, también Nos pretendemos confiar a los cuidados de la Madre celeste toda la familia humana, con sus problemas y sus afanes, con sus legítimas aspiraciones y sus ardientes esperanzas” (…)

“Oh Virgen María, Madre de la Iglesia, a Ti te recomendamos la Iglesia toda (…) A Tu Corazón Inmaculado, Oh María, encomendamos todo el género humano, llevadlo al conocimiento del único y verdadero Salvador Cristo Jesús; aleja de él los flagelos provocados por el pecado”.

Pablo VI, que conocía el Tercer Secreto de Fátima pero no lo publicó, constataba de este modo, ante el pleno del Concilio Vaticano II, la importancia que el Mensaje de Fátima tenía para el Papado, la Iglesia y la humanidad. No obstante, la alusión a Pío XII fue equívoca, pues el Papa Pacelli había consagrado no solo el mundo sino Rusia al Inmaculado Corazón de María, que era precisamente lo que a él se le pedía ahora junto a todo el Concilio.

Lo esencial en lo que había insistido Plinio Corrêa de Oliveira y habían solicitado 510 padres conciliares –Consagración de Rusia- había sido esquivado por el propio Papa. Pablo VI omitió referirse a esa nación, cuna del poder soviético, iniciándose uno de los dramas más abismantes del posconcilio. Este fue también el parecer de Sor Lucía al ser consultada sobre este punto.

Concluido el Concilio, Pablo VI desenvolverá un nuevo estilo de relaciones amistosas con la Rusia soviética y los regímenes comunistas, con la resistencia respetuosa pero valiente y pública de Plinio Corrêa de Oliveira, que se dirigirá al Pontífice con palabras de fuego que recuerdan a San Pablo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

V. Messori dice que después del Concilio vino el "invierno mariano". El Espíritu Santo no estuvo al parecer en el cierre del Concilio. El Espíritu Santo no es evidentemente autor de las "cautelas termonológicas" respecto a María, de las que reconoce S.S. Juan Pablo II.
Ese es el Concilio. El de las "cautelas terminológicas".
Agradecido por este estupendo escrito,

Luis