martes, 2 de diciembre de 2008

La razón más profunda de la oposición católica al comunismo

7) UN TEXTO OLVIDADO DE PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA
(Selección de Juan Pablo Rodríguez C.)


Sobre el comunismo, III fase de la Revolución universal y anticristiana, Plinio Corrêa de Oliveira formula lo que nos parece ser el aspecto más profundo de su incompatibilidad con la Iglesia católica, y la necesidad de la lucha entre quienes pertenecen a María y quienes siguen a Satanás (Prólogo de 1973 a la edición argentina de “Revolución y Contra-revolución):

"Si una persona cede en algo a los vicios del orgullo o de la impureza, comienza a crearse en ella una incompatibilidad con varios aspectos de la Iglesia o del orden del Universo.


Esa incompatibilidad puede comenzar, por ejemplo, con una antipatía con el carácter jerárquico de la Iglesia, después desdoblarse y alcanzar a la jerarquía de la sociedad temporal, para más tarde manifestarse en relación al orden jerárquico de la familia. Y así, una persona puede, por varias formas de igualitarismo, llegar a una posición metafísica de condenación de toda y cualquier desigualdad, y del carácter jerárquico del Universo. Sería el efecto del orgullo en el campo de la metafísica.

De modo análogo se puede delinear las consecuencias de la impureza en el pensamiento humano. El hombre impuro, por regla general, comienza por tender hacia el liberalismo: lo irrita la existencia de un precepto, de un freno, de una ley que circunscriba el desborde de sus sentidos. Y, con esto, toda ascesis le parece antipática. De esa antipatía, naturalmente, viene una aversión al propio principio de autoridad, y así sucesivamente. El anhelo de un mundo anárquico -en el sentido etimológico de la palabra- sin leyes ni poderes constituidos, y en el cual el propio Estado no sea sino una inmensa cooperativa, es el punto extremo del liberalismo generado por la impureza.

Tanto del orgullo cuanto del liberalismo nace el deseo de igualdad y libertad totales, que es la médula del comunismo.
A partir del orgullo y de la impureza se van formando los elementos constitutivos de una concepción diametralmente opuesta a la obra de Dios. Esa concepción, en su aspecto final, ya no difiere de la católica solamente en uno u otro punto. A medida que, a lo largo de las generaciones, esos vicios se van profundizando y volviendo más acentuados, se va estructurando toda una concepción gnóstica y revolucionaria del Universo.

La individuación, que para la gnosis es el mal, es un principio de desigualdad. La jerarquía -cualquiera que sea- es hija de la individuación. El universo según el gnóstico se rescata de la individuación y de la desigualdad en un proceso de destrucción del "yo", que reintegra a los individuos en el gran Todo homogéneo. La realización, entre los hombres, de la igualdad absoluta, y de su corolario, la libertad completa -en un orden de cosas anárquico- puede ser vista como una etapa preparatoria de esa reabsorción total.

No es difícil notar desde esta perspectiva un nexo entre gnosis y comunismo.
Así, la doctrina de la Revolución es la gnosis, y sus causas últimas tienen sus raíces en el orgullo y en la sensualidad. Dado el carácter moral de estas causas, todo el problema de la Revolución y de la Contra-Revolución es, en el fondo, y principalmente, un problema moral. Lo que se dice en Revolución y Contra-Revolución es que, si no fuese por el orgullo y la sensualidad, la Revolución como movimiento organizado en el mundo entero no existiría, no sería posible.
Ahora bien, si en el centro del problema de la Revolución y de la Contra-Revolución hay una cuestión moral, hay también y eminentemente una cuestión religiosa, porque todas las cuestiones morales son substancialmente religiosas. No hay moral sin religión. Una moral sin religión es lo más inconsistente que se pueda imaginar. Todo problema moral es, pues, fundamentalmente religioso. Siendo así, la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución es una lucha que, en su esencia, es religiosa. Si es religiosa, si es una crisis moral lo que da origen al espíritu de la Revolución, entonces esa crisis sólo puede ser evitada o remediada con el auxilio de la gracia.
Es un dogma de la Iglesia que los hombres no pueden, sólo con los recursos naturales, cumplir durablemente y en su integridad los preceptos de la moral católica, sintetizados en la Antigua y en la Nueva Ley. Para cumplir los mandamientos, es necesaria la ayuda de la gracia.
Por otro lado, si el hombre cae en estado de pecado, acumulándose en él las apetencias por el mal, a fortiori no conseguirá levantarse del estado en que cayó, sin el socorro de la gracia.
Proviniendo de la gracia toda preservación moral verdadera o toda regeneración moral auténtica, es fácil ver el papel de Nuestra Señora en la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución. La gracia depende de Dios; sin embargo, Dios, por un acto libre de Su voluntad, quiso hacer depender de Nuestra Señora la distribución de las gracias. María es la Medianera Universal, es el canal por donde pasan todas las gracias. Por lo tanto, su auxilio es indispensable para que no haya Revolución, o para que ésta sea vencida por la Contra-Revolución.

En efecto, quien pide la gracia por intermedio de Ella, la obtiene. Quien intentare conseguirla sin el auxilio de María no la obtendrá. Si los hombres, recibiendo la gracia, corresponden a ella, está implícito que la Revolución desaparecerá. Por lo contrario, si no correspondieren a ella, es inevitable que la Revolución surja y triunfe. Por lo tanto, la devoción a Nuestra Señora es condición sine qua non para que la Revolución sea aplastada, para que venza la Contra-Revolución.

Insisto en lo que acabo de afirmar. Si una Nación fuere fiel a las gracias necesarias y suficientes que recibe de Nuestra Señora, y si se generalizara en ella la práctica de los Mandamientos, es inevitable que la sociedad se estructure bien. Porque con la gracia viene la sabiduría, y, con ésta, todas las actividades del hombre entran en sus cauces.

Ello se comprueba en cierto modo al analizar el estado en que se encuentra la civilización contemporánea. Construida sobre un rechazo de la gracia, alcanzó algunos resultados estrepitosos que, sin embargo, devoran al hombre. La actual civilización es nociva para el hombre en la medida en que tiene por base el laicismo y viola en varios aspectos el Orden Natural enseñado por la Iglesia.

Siempre que la devoción a Nuestra Señora sea ardorosa, profunda y de rica sustancia teológica, es claro que la oración de quien pida será atendida. Las gracias lloverán sobre quien reza a Ella devota y asiduamente. Si, por el contrario, esa devoción fuere falsa o tibia, manchada por restricciones de sabor jansenista o protestante, hay grave riesgo de que la gracia sea dada con menos largueza, porque encuentra por parte del hombre nefastas resistencias.
Lo que se dice del hombre puede decirse, mutatis mutandis , de la familia, de una región, de un país o de cualquier otro grupo humano.
Es costumbre decir que, en la economía de la gracia, Nuestra Señora es el cuello del Cuerpo Místico del cual Nuestro Señor Jesucristo es la Cabeza, porque todo pasa por Ella. La imagen es enteramente verdadera en la vida espiritual. Un individuo que tiene poca devoción a Nuestra Señora es como alguien que tiene una cuerda atada al cuello y conserva apenas un resto de respiración. Cuando no tiene devoción alguna, se asfixia. Teniendo una gran devoción, en cambio, el cuello queda completamente libre y el aire penetra abundantemente en los pulmones, pudiendo el hombre vivir normalmente.
La esterilidad y hasta la nocividad de todo lo que se hace contra la acción de la gracia y la enorme fecundidad de lo que se hace con su auxilio, determinan bien la posición de Nuestra Señora en ese combate entre la Revolución y la Contra-Revolución, pues la intensidad de las gracias recibidas por los hombres depende de la mayor o menor devoción que a Ella tuvieren.

Una visión de la Revolución y de la Contra-Revolución no puede quedar sólo en estas consideraciones. La Revolución no es el fruto de la mera maldad humana. Esta última abre las puertas al demonio, por el cual se deja estimular, exacerbar y dirigir.

Es, pues, importante considerar en esta materia la oposición entre Nuestra Señora y el demonio. El papel del demonio en la eclosión y en los progresos de la Revolución fue enorme. Como es lógico pensar, una explosión de pasiones desordenadas tan profunda y tan general como la que originó la Revolución, no habría ocurrido sin una acción preternatural. Además, sería difícil, sin el concurso del espíritu del mal, que el hombre alcanzase los extremos de crueldad, de impiedad y de cinismo a los cuales la Revolución llegó varias veces a lo largo de su historia.

Ahora bien, ese tan fuerte factor de propulsión depende totalmente de Nuestra Señora. Basta que Ella fulmine un acto de imperio sobre el infierno para que éste se estremezca, se confunda, se recoja y desaparezca de la escena humana.
Al contrario, basta que Ella, para castigo de los hombres, deje al demonio un cierto margen de acción, para que la misma progrese. Por lo tanto, los enormes fautores de la Revolución y de la Contra-Revolución, que son respectivamente el demonio y la gracia, dependen de su imperio y su dominio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente amigos!!!!!!!

John Peter Murray