LOS PAPAS Y OTROS TESTIMONIOS
(Julio Alvear Téllez)
Para comprender la postura del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira es necesario discernir previamente la naturaleza del cambio operado en la Iglesia a partir de los años sesenta tanto en su profundidad como en su extensión.
A las nuevas generaciones que nacimos después del Vaticano II nos cuesta conocer la magnitud de sus transformaciones porque de la tradición católica, que sería nuestro punto de referencia, sólo nos quedan ecos y huellas dispersas. Además, el discurso “oficial” de la estructura eclesiástica sólo suele tener palabras de encomio para la “luz del Concilio” de la que ellos mismos son protagonistas.
Los Pontífices, de Pablo VI a Benedicto XVI, también han hablado maravillas del Concilio. Pero en variadas ocasiones, enfrentándose a una realidad perturbadora, han terminado por reconocer la trágica crisis en que se encuentra la Iglesia a partir del mismo Concilio.
Pero, en la realidad subterránea de las inmensas mutaciones posconciliares, ¿qué vivirán los simples fieles –como nosotros- en nombre del famoso “aggiornamento” de Juan XXIII y del “diálogo con el mundo moderno” del Vaticano II? Leamos algunos testimonios de muy diversas tendencias y épocas:
Monseñor Walter Brandmüller, Presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas:
“En los años posconciliares era moda comparar a la Iglesia a un constructor que hacía demoliciones y nuevas construcciones o reconstrucciones. Frecuentemente en las predicaciones, la orden de Dios a Abraham para partir de su tierra era interpretada como una exhortación para que la Iglesia abandone su pasado y su tradición” (Cfr. “Avvenire”, edición del 29 de noviembre del 2005).
Cardenal Joseph Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
El filósofo y teólogo suizo, Romano Amerio, asistente de Monseñor Jelmini en la Comisión Central Preparatoria del Concilio Vaticano II:
“La primera característica del período posconciliar es el cambio generalizadísimo que revistieron todas las realidades de la Iglesia, tanto ad intra como ad extra (…) Puede decirse que la amplitud de la variación es casi exhaustiva (…) De las tres clases de actitudes en las cuales se compendia la religión (las cosas que hay que creer, las cosas que hay que esperar y las cosas que hay que amar), no hay ninguna que no haya sido alcanzada ni transformada.
La variación operada en la Iglesia en el período post conciliar se deduce (incluso) de los imponentes cambios producidos en el lenguaje. Ya no entro en la desaparición en el seno eclesiástico de algunos términos como infierno, paraíso, o predestinación, significativos de doctrinas que no se tratan ni siquiera una vez en las enseñanzas conciliares: puesto que la palabra sigue a la idea, su desaparición implica desaparición, o cuando menos, eclipse, de esos conceptos, en un tiempo relevantes en el sistema católico (…) Novedades en las estructuras de la Iglesia, las instituciones canónicas, la filosofía y la teología, la coexistencia con la sociedad civil: en fin, las relaciones de la religión con la civilización en general”.
El escritor Jean Guitton, miembro de la Academia Francesa, amigo personal de Paulo VI (autor de una célebre entrevista con el Papa), y uno de los pocos seglares invitados a participar del Vaticano II:
“En nuestros días, aquello que se llama modernismo en la historia religiosa tiene un sentido muy particular. Se llama por ese nombre una doctrina y un partido que fueron condenados por el Papa Pío X en la encíclica Pascendi. El Papa Pío X — que fue canonizado — designa al modernismo como una herejía que tiene un doble carácter: el de ser una síntesis de todas las herejías, y el de esconderse en el interior de la Iglesia como una traición".
"Cuando releo los documentos concernientes al Modernismo tal como fue definido por San Pío X, y los comparo con los documentos del Concilio Vaticano II, no puedo dejar de quedar desconcertado. Porque lo que fue condenado como una herejía en 1906 es proclamado como siendo y debiendo ser de ahora en adelante la doctrina y el método de la Iglesia. Dicho de otro modo, los modernistas de 1906 me aparecen como siendo precursores. (…)¿Cómo pudo San Pío X repeler a aquellos que ahora me aparecen como precursores?" (Cfr."Portrait du Père Lagrange", Robert Laffont, Paris, 1992, p. 55 – 56).
“El Papa Roncalli había asignado al Concilio, como tarea y como meta, la “renovación al interior de la Iglesia”; expresión más pertinente del vocablo “aggiornamento” (también de este Papa), pero que tuvo una inmerecida fortuna.
Ciertamente no era la intención del Sumo Pontífice, pero “aggiornamento” incluía la idea que la “nación santa” se propusiera buscar su mejor conformidad no al designio eterno del Padre y su voluntad de salvación (como había siempre creído que debía hacer en sus justos intentos de “reforma”), sino a la “jornada” (a la historia temporal y mundana); y así se daba la impresión de consentir a la “cronolatría” (...)
El Papa Roncalli murió en la solemnidad de Pentecostés, el 13 de junio de 1963. También yo lloraba, porque tenía una invencible simpatía por él. Me encantaban sus gestos “irrituales”, y me alegraban sus palabras frecuentemente sorprendentes y sus salidas extemporáneas.
Solo la evaluación de algunas frases me dejaba titubeante. Y eran precisamente las que más fácilmente que otras conquistaban las almas, porque se presentaban conformes a las instintivas aspiraciones de los hombres.
Estaba, por ejemplo, el juicio de reprobación sobre los “profetas de desventura”. La expresión se hizo y se mantuvo popularísima y es natural: a la gente no le gusta los aguafiestas; prefiere a quien promete tiempos felices en vez de quien presenta temores y reservas. Y yo también admiraba el valor y el empuje espontáneo de este “joven” sucesor de Pedro en los últimos años de su vida.
Pero recuerdo que casi inmediatamente me asaltó una duda. En la historia de la Revelación, usualmente también los anunciadores de castigos y calamidades fueron los verdaderos profetas, como por ejemplo Isaías (capítulo 24), Jeremías (capítulo 4), Ezequiel (capítulos 4-11). Jesús mismo, leyendo el capítulo 24 del Evangelio de Mateo, sería contado entre los “profetas de la desventura”: las noticias de futuros hechos y de próximas alegrías no se refieren como norma a la existencia de aquí abajo, sino a la “vida eterna” y el “Reino de los Cielo”.
En la Biblia son más bien los falsos profetas los que proclaman frecuentemente la inminencia de horas tranquilas y serenas (véase el capítulo 13 del libro de Ezequiel).La frase de Juan XXIII se explica con su estado de ánimo del momento, pero no debe ser absolutizada. Por el contrario, estará bien escuchar también a aquellos que tienen alguna razón de poner alerta a los hermanos, preparándoles para las posibles pruebas, y aquellos que consideran oportunas las invitaciones a la prudencia y la vigilancia.” (Cfr. “Memorie e Digressioni di un italiano cardinale”, 2006, p.187 y 173)
Al inaugurar el Concilio, se le atribuye al Papa Roncalli una frase que dio la vuelta al mundo: “Recibiendo hace poco a un visitante que le preguntaba qué esperaba de este Concilio, Juan XXIII le mostró la ventana diciendo: “una corriente de aire fresco en la Iglesia” (Cfr. Fesquet, H., “Le journal du Concile”, U. Mursia , Milán, 1967, p. 44). Al iniciar la magna asamblea Juan XXIII afirmó: “El Concilio que ahora se inicia se eleva a la Iglesia como una aurora, un anticipo de la más espléndida luz. Esto es solo el albor”, y rechazó a los “profetas de la desventura” que sólo ven males en la época moderna. Más tarde, en su discurso del 11 de octubre de 1962, prometerá con la renovación Conciliar “una irradiación universal de la verdad, la recta dirección de la vida individual, familiar y social”. Estaba seguro de que el Concilio traería “prodigios como en un nuevo Pentecostés”.
El sucesor de Juan XXIII, Pablo VI, no sólo continuó y concluyó el Concilio, sino también lo puso en práctica, dándole una interpretación auténtica. El Papa Montini sostendrá que “las palabras más importantes del Concilio son “novedad” y “puesta al día”. La palabra “novedad” nos ha sido dada como una orden, como un programa” (Cfr. “L´Osservatore Romano”, edición del 3 de julio de 1974).
Pablo VI
Las reformas de este Pontífice abandonaron en varios aspectos el “sello” secular y característico de la Iglesia Católica, y al ser entronizadas a nombre del Papa, desconcertaron a los ámbitos más fervorosos del catolicismo. En la estructura eclesiástica, al menos en Occidente, pocos obispos resistieron a las transmutaciones más dolorosas. Muchos presintieron las consecuencias desastrosas que la mayor parte de las reformas traerían, pero no alzaron su voz de manera oportuna, y el sigilo no es la madera con la que ordinariamente se tallan los santos. El propio Pablo VI beatificó a San Ezequiel Moreno (1848-1905), el célebre obispo de Pasto, Colombia, que juzgó deber de conciencia no callar aún cuando la Santa Sede le ordenó en su tiempo, por razones diplomáticas, silenciar sus fuertes censuras al liberalismo.
Las estadísticas oficiales del mundo católico se muestran incontrovertibles a este propósito y revelan en los primeros veinte años de la Iglesia posconciliar la disminución de la vida religiosa católica en Occidente, la defección sacerdotal, el abandono de la vida monástica, la confusión doctrinaria, el escepticismo dogmático, el relativismo moral y la trivialización litúrgica.
Juan Pablo II es elevado a la cátedra de Pedro en 1978 y se compromete a seguir la línea del Concilio Vaticano II. Le tocará administrar esta herencia del posconcilio, imprimiéndole su sello personal de todos conocidos. Lo mismo puede decirse, a su modo, de Benedicto XVI.
“La Iglesia atraviesa hoy un momento de inquietud. Algunos practican la autocrítica, se diría que hasta la autodemolición. Es como una perturbación interior, aguda y compleja, que nadie habría esperado después del Concilio. Se pensaba en un florecimiento, en una expansión serena de conceptos madurados en la gran asamblea conciliar. Hay aún este aspecto en la Iglesia, el de florecimiento. Pero, puesto que “bonum ex integra causa, malum ex quocumque defecto”, se fija atención más especialmente sobre el aspecto doloroso. La Iglesia es golpeada también por quienes de Ella forman parte”.
El Pontífice tiene “la sensación de que por alguna fisura ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios. Lo que existe es la duda, la incertidumbre, lo complejo de los problemas, la inquietud, la insatisfacción, la confrontación. No se confía más en la Iglesia; se confía en el primer profeta profano (ajeno a la Iglesia) que nos venga a hablar, por medio de algún diario o movimiento social, a fin de correr tras de él y preguntarle si tiene la fórmula de la verdadera vida. Y no nos damos cuenta de que ya la poseemos y somos maestros de ella. Entró la duda en nuestras conciencias y entró por ventanas que debían estar abiertas a la luz.
El Cardenal Pericle Felici, quien había sido el Secretario General del Concilio, en una entrevista en el décimo aniversario del Vaticano II, señaló estos misteriosos y espantosos dichos:
“Estoy seguro de que cuando pronuncié en el Concilio las palabras rituales Exeant Omnes (salgan todos), que todos recuerdan, el que no obedeció fue el demonio… El siempre está donde triunfa la confusión, para agitarla y beneficiarse de ella”. (Citado por Davies, Michael, “Pope Johns Council”, Augustine Publishing Company, Devon, 1977. Existe edición castellana de Iction, Buenos Aires, 1981, p. 33).
“Llegando ya al término de mis reflexiones, quiero pedir perdón —en mi nombre y en el de todos vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado— por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquiera debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento. Y pido al Señor Jesús para que en el futuro se evite, en nuestro modo de tratar este sagrado Misterio, lo que puede, de alguna manera, debilitar o desorientar el sentido de reverencia y amor en nuestros fieles”.
“Es necesario admitir realísticamente y con profunda y sentida sensibilidad que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten perdidos, perplejos, confundidos y hasta desilusionados: fueron divulgadas pródigamente ideas que contrastan con la Verdad revelada y desde siempre enseñada, fueron difundidas verdaderas y propias herejías, en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones y rebeliones; se alteró incluso la Liturgia; sumergidos en el relativismo intelectual y moral y por consiguiente en el permisivismo, los cristianos son tentados por el ateísmo, por el agnosticismo, por el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva”.
“La llamada materna, la ardiente llamada del corazón de María, resonó en Fátima hace 65 años. Sí, lo repite con corazón trepidante porque ve cuántos hombres y sociedades, cuántos cristianos están yendo en dirección opuesta a la indicada por el mensaje de Fátima. El pecado en el mundo y la negación de Dios se ha difundido muy ampliamente en las ideologías y programas humanos. La invitación de la Madre es más actual y urgente hoy que hace 65 años".
7) 1984.- El Cardenal Ratzinger, en su “Informe sobre la fe”, reconoce la situación en que se encuentra la Iglesia después del Concilio:
Se han desatado al interior de la Iglesia ocultas fuerzas agresivas, centrífugas, irresponsables o simplemente ingenuas, de un optimismo fácil, de un énfasis en la modernidad, que han confundido el progreso técnico actual con un progreso auténtico e integral. Y, en el exterior, el choque de una revolución cultural: la afirmación en Occidente del estamento medio-superior, de la nueva “burguesía del terciario”, con su ideología radicalmente liberal de sello individualista, racionalista y hedonista”.
“Ha venido a crearse una nueva situación dentro de la misma comunidad cristiana, en la que se difunden muchas dudas y objeciones de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia. Ya no se trata de contestaciones parciales y ocasionales, sino que, partiendo de determinadas concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de modo global y sistemático, el patrimonio moral.
Particularmente hay que destacar la discrepancia entre la respuesta tradicional de la Iglesia y algunas posiciones teológicas -difundidas incluso en seminarios y facultades teológicas- sobre cuestiones de máxima importancia para la Iglesia y la vida de fe de los cristianos, así como para la misma convivencia humana.
”Enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo -si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria- inspiran y sostienen una existencia vivida "como si no hubiera Dios".
En otras regiones o naciones todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana; pero este patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de ser desperdigado bajo el impacto de múltiples procesos, entre los que destacan la secularización y la difusión de las sectas”.
“Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón" (Apocalipsis 12, 3). Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo. (...)
12) 28 de junio del 2001: En carta del 28 de junio del 2001 al Padre Timothy Radcliffe, superior de la Orden de Predicadores, Juan Pablo II afirma:
Las “sombras” que indica la Encíclica, si se analizan con atención, representan una verdadera tragedia:
14) 28 de junio del 2003.- En la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Europa”, Juan Pablo II vuelve a invocar el Apocalipsis y afirma: “La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera”.
El Cardenal Ratzinger, que aludió el año 1984 al desastre de la catequesis posconciliar, confiesa el año 2003 que nada ha cambiado en este punto tan central. Exponiendo la necesidad de enseñar el nuevo catecismo, el Purpurado constata:
El 19 de abril del año 2005, el Cardenal Ratzinger es elevado a la Cátedra de Pedro. Los medios divulgan que pide oraciones para tener fuerzas y “no ceder” ante “los lobos”. Pronto, sin embargo, y al contrario de lo que esperaban algunos sectores, se compromete a seguir en toda la línea el Concilio Vaticano II.
“La contribución (de un Concilio) no puede, evidentemente, consistir en una amalgama de nuevos contenidos al patrimonio de la fe de la Iglesia. Y ni aún en una eliminación de las doctrinas transmitidas hasta aquel momento (…)
“Todo esto vale también para el Concilio Vaticano II (…) Esto deriva del concepto que está en la base de la institución conciliar, que antes ve en la tradición su propia esencia. Esta convicción genuinamente católica se refleja en la Definición del Segundo Concilio de Nicea” (787) (…)
“Es preciso reafirmar con claridad que una interpretación de Vaticano II fuera de la tradición contrastaría con la esencia de la fe: la tradición, no el espíritu del tiempo, es el elemento constitutivo de su horizonte interpretativo. Ciertamente, no puede faltar la mirada sobre el tiempo actual. Son los problemas actuales que exigen respuestas. Pero estas no pueden venir sino de la revelación divina, que la Iglesia transmite. Esta tradición representa también el criterio al que cualquier nueva respuesta debe atenerse, si quiere ser verdadera y válida”.
4 comentarios:
A mí siempre me ha parecido que el actual Papa esconde algo. Sus contactos con los protestantes y con los judíos hablan muy bien de los protestantes y los judíos, pero no de él que debiera primeramente preocuparse de las cosas de la Iglesia. Que no por cantar y batir palmas en las jornadas de la juventud se soluciona gran cosa. ¿No les parece a ustedes que Benedicto XVI está mucho más comprometido con el progresismo de lo que se piensa? ¿Y que toma para la galería una actitud de conservador para detener las reacciones?
La cita que hacen del discurso a la curia romana es más terrible aún. Pues en su íntegra, Benedicto XVI reconoce que la Iglesia ha cambiado mucho, y bendice ese cambio fuera de la tradición. Allá él. Dios no bendice eso.´
Vivas a figuras como Plinio!!
In Jesu
Esteban
He entrado a este blog por lo que se dice del Concilio. No tenía idea. Es bastante interesante todo esto. La figura de Plinio me sonaba, pero poco. Es digno de ser estudiado.
Saludos,
Julián
Concuerdo con Esteban y Julián en que es interesante este tema del Concilio. Yo soy católica practicante, pero nunca escuché hablar en contra de él, salvo por parte de los movimientos lefvebristas, de los cuales nunca he participado. No sabía que existía otro grupo de católicos con críticas a las reformas de la Iglesia. Da qué pensar todo esto. El hecho de que, según se relata acá, Pablo VI se haya mantenido en silencio ante la actitud de Plinio es fuerte.
Me parece que Juan Pablo II es más intreresante que Pablo VI, pero su figura es tan mediática que uno queda sin saber cuál es la verdad y cuál es la ficción. Por eso, les debo confesar, me gusta Plinio.
María Dolores
Gracias por el artículo tan documentado. El día en que nuestra Iglesia vuelva de verdad a amar la cruz, y luche contra sus enemigos internos, ese día será sin duda el crucial.
Mariana
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