martes, 2 de diciembre de 2008

Plinio Corrêa de Oliviera:

2) RESCATANDO SU VIGENCIA, EN POCAS FRASES
(Selección de Alejandro Cisterna Rojas)


I

“Cuando aún muy joven, consideré con amor y veneración las ruinas de la Cristiandad. A ellas entregué mi corazón. Volví las espaldas a mi futuro, e hice de aquel pasado, cargado de bendiciones, mi porvenir”


II
“El Divino Redentor sufrió en la Pasión por todas las vicisitudes que la Iglesia católica enfrentaría en las eras venideras. Él conoció todas las miserias de la Iglesia en la situación actual. Ellas le arrancaron Sus gemidos más pungentes, pues la Santa Iglesia es Su obra prima. En verdad, como ya San Pío X había denunciado en su encíclica Pascendi Dominici Gregis, una conspiración interna, el modernismo, del que es sucedáneo el actual progresismo, pretende destruir a la Iglesia Católica. Se trata de la obra más nefasta contra los frutos de la Redención. Es como un nuevo deicidio, de cuño preternatural tan acentuado, que solo es ejecutable por manos consagradas”


III

“Pienso que no hay, en todo el Antiguo Testamento, principio más íntimamente conectado a la concepción de la civilización cristiana, que el del salmista: ‘mientras el Señor no edificare la ciudad, vanamente trabajarán los que la edifican’. Escribió Pío XI que la única civilización verdaderamente digna de este nombre es la civilización cristiana. Para nosotros, que nacimos en la gloria y santidad de los últimos fulgores de esa civilización, tal verdad es fundamental. A medida que la tragedia de este inmenso crepúsculo espiritual se va desenvolviendo a nuestros ojos desolados, lentamente se va evaporando la civilización. No para dar lugar a otro orden de cosas, menos bueno quizá, pero finalmente un orden cualquiera.

La sociedad de acero y cemento que se va formando por todas partes no es un orden nuevo. Es la metodización y sistematización del sumo desorden. El orden es la disposición de las cosas según su naturaleza y su fin. Pero todas las cosas se van disponiendo gradualmente contra su naturaleza y su fin....

Durará esta era de acero hasta que las fuerzas íntimas de disgregación se hagan tan vehementes, que ni siquiera toleren más la organización del mal. Será entonces el estallido final. Otro desenlace no habrá para nosotros, si continuamos en esta marcha. Porque para nosotros, bautizados, los medios términos no son posibles. O volvemos a la civilización cristiana, o acabaremos por no tener civilización alguna. Entre la plenitud solar de la civilización cristiana, y el vacío absoluto, la destrucción total, hay, es verdad, etapas pasajeras; pero no hay, sin embargo, terrenos donde se pueda construir cualquier cosa durable.


Claro está, que no somos fatalistas. Si, para el suicida, del puente al río hay aún la posibilidad de una contrición, ciertamente también existe para la humanidad, en el resto del camino que va de su estado actual para su aniquilación, la posibilidad de arrepentimiento, de enmienda y de resurrección. La Providencia nos acecha en todas las curvas de esta última y más profunda espiral. Se trata, para nosotros, de oír con diligencia su voz salvadora.


IV

“Presenciando las alteraciones, las falsificaciones, las imposturas que desfiguran la Santa Iglesia a los ojos de los hombres, comprendamos que Ella imita a Jesucristo en los golpes que recibe. Quien entra a ciertas iglesias y ve, por ejemplo, un pastor protestante oficiando junto a un padre católico, la inmoralidad de los trajes, la impureza de la doctrina, la extravagancia de las innovaciones arbitrarias, puede decir: ¡Nuestra Iglesia está irreconocible!.”


V

“La luna, esa consoladora…La luna es la gran resistente, que no se conforma con las tinieblas; que prolonga la luz del sol, cuando él está lejos; que nos da nostalgias del sol cuando no está presente, y que toma amigablemente su lugar, para consolar a aquellos que lloran el sol”.


VI

“La modernidad de la Contra-Revolución no consiste en cerrar los ojos ni en pactar, aunque sea en proporciones insignificantes, con la Revolución. Por el contrario, consiste en conocerla en su esencia invariable y en sus tan relevantes accidentes contemporáneos, combatiéndola en éstos y en aquélla, inteligentemente, sagazmente, planeadamente, con todos los medios lícitos, y utilizando el concurso de todos los hijos de la luz”.


VII

Si la Revolución es el desorden, la Contra-Revolución es la restauración del Orden. Y por Orden entendemos la paz de Cristo en el Reino de Cristo. O sea la civilización cristiana, austera y jerárquica, fundamentalmente sacral, antiigualitaria y antiliberal.


VIII

El Orden nacido de la Contra-Revolución deberá refulgir, más aún que el de la Edad Media, en los tres puntos capitales en que éste fue vulnerado por la Revolución:

* Un profundo respeto de los derechos de la Iglesia y del Papado y una sacralización, en toda la extensión de lo posible, de los valores de la vida temporal, todo ello por oposición al laicismo, al interconfesionalismo, al ateísmo y al panteísmo, así como a sus respectivas secuelas.

* Un espíritu de jerarquía marcando todos los aspectos de la sociedad y del Estado, de la cultura y de la vida, por oposición a la metafísica igualitaria de la Revolución.

* Una gran diligencia en detectar y en combatir el mal en sus formas embrionarias o veladas, en fulminarlo con execración y nota de infamia, en reprimirlo con inquebrantable firmeza en todas sus manifestaciones, particularmente en las que atenten contra la ortodoxia y la pureza de las costumbres, todo ello por oposición a la metafísica liberal de la Revolución y a la tendencia de ésta a dar libre curso y protección al mal.


IX

“Se reunieron los “reyes” de la tierra, juntamente con los banqueros “et convenerunt in unum adversus Dominus” [y convergieron al unísono contra el Señor]. Construyeron una paz sin Cristo, una paz contra Cristo. El mundo se hundió aún más en el pecado, a despecho del mensaje de Nuestra Señora.

“En Fátima, los milagros se multiplicaban por decenas, por centenas, por millares. Ahí estaban ellos, accesibles a todos, pudiendo ser examinados por todos los médicos de cualquier raza o religión. Las conversiones ya no tenían número. Y, todo esto no obstante, nadie (en el mundo oficial) daba oídos a Fátima. Unos dudaban sin querer estudiar. Otros negaban sin examinar. Otros creían pero no tenían el coraje de decirlo. La voz de la Señora no se oyó.


Pasaron más de veinte años. Un bello día, extrañas señales se vieron en el Cielo... era una aurora boreal, noticiada por todas las agencias telegráficas de la Tierra. Del fondo de su convento, Lucía escribió a su Obispo: era la señal, y en breve la guerra vendría. La guerra (la Segunda Guerra Mundial) vino en breve. Ella está ahí, y hoy se cuida nuevamente de reorganizar el mundo, en los últimos lances de esta lucha potencialmente ya vencida.

“Si vocem ejus hodie audieritis, nolite obdurare corda vestra — si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones, dice la Escritura. Al inscribir la fiesta de Nuestra Señora de Fátima en las celebraciones litúrgicas, la Santa Iglesia proclama la perennidad del mensaje de Nuestra Señora dado al mundo a través de los pequeños pastores. El día de su fiesta, una vez más la voz de Fátima llegó a nosotros: no endurezcamos nuestros corazones, porque sólo así habremos encontrado el camino de la paz verdadera”


X
“Amen lo que es sublime, que los hijos de la sublimidad seguirán sus pasos”.


XI

“El misterioso llanto nos muestra a la Virgen de Fátima llorando sobre el mundo contemporáneo, como otrora Nuestro Señor lloró sobre Jerusalén. Lágrimas de dolor profundo, en la previsión del castigo que vendrá”


“Vendrá para los hombres del Siglo XX, si no renuncian a la impiedad y a la corrupción. Si no luchan especialmente contra la autodemolición de la Iglesia, el maldito humo de Satanás, en el decir del propio Paulo VI, que penetró en el recinto sagrado. Si viene, es lógico esperar que habrá una misericordia especial para los que, en su vida personal, hayan tomado en serio el milagroso aviso de María”


XII

“Señor, ya que a última hora prometisteis el Paraíso a un criminal, por los méritos de vuestra agonía, Os suplicamos, en unión con Maria, que vuestra misericordia descienda hasta los antros ocultos de la impiedad, a fin de invitar para las vías de la virtud hasta vuestros peores adversarios. Y aún por misericordia, Señor, confundid, humillad y reducid a la entera impotencia a los que, rechazando los más extremos llamamientos de vuestro amor, persisten en trabajar para destruir la civilización cristiana y hasta – como si fuera posible – vuestra Esposa mística, la Santa Iglesia”.


XIII

"La proscripción sistemática de toda discusión y toda polémica, y la reducción de todos los contactos de parte a parte al mero “diálogo” (es decir, intercambios sumamente serenos y cordiales), tendrían para la Iglesia consecuencias de una importancia que nunca sería suficiente acentuar.

Tales diálogos jamás bastarían a todas las necesidades tácticas de la Iglesia Militante. Con efecto, algo de auténticamente militante, en el sentido fuerte de la palabra, es inherente al “inimicitias ponam” (Gen. 3, 15) y a la condición terrenal de la Iglesia. Jamás dejará Ella de tener delante de sí enemigos – en el propio y verdadero sentido de la palabra – inspirados por una hostilidad que va, conforme el caso, desde la simple antipatía hasta el auge del odio. Esos enemigos jamás serán tan solamente meras ideas abstractas, meros factores sociales o económicos adversos: serán también hombres de carne y hueso, que constituirán hasta el fin del mundo la raza de la Serpiente. Y la Esposa de Cristo jamás podrá dejar de combatirlos.

No quiere esto decir que en cada persona o institución no católica la Iglesia deba ver un enemigo. Pero es utópico imaginar que Ella encuentre, en alguna época histórica, de entre los que son ajenos a su gremio, sólo hombres llenos de simpatía, que la interroguen sonrientes sobre uno u otro punto para el cual no encuentran explicación, y que de sonrisa en sonrisa, sin mayores complicaciones, acaben siempre por convertirse.

Llevaría, de hecho, muy lejos este utopismo quien, en este siglo de campos de concentración, y de cortinas de hierro, de bambú o de lo que sea, imaginara que es únicamente gente desprevenida y risueña la que la Iglesia tiene delante de sí".

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