lunes, 12 de enero de 2009

ASPECTOS MEDICOS DE LA MUERTE DE CRISTO (IV)

Dr. Gonzalo Alvear Téllez

Hipovolemia

Se llama hipovolemia a la disminución del contenido de sangre efectiva que llega a los diferentes órganos. La cantidad de sangre del organismo es uno de los principales contribuyentes a la mantención del equilibrio hemodinámico del sistema circulatorio. El equilibrio hemodinámico se refiere a la adecuada combinación de los factores que permiten la función perfecta del sistema circulatorio, cual es la entrega de sangre suficiente para el buen funcionamiento de los distintos órganos y tejidos.


Demás está analizar la cuantía del sangramiento que seguramente debió experimentar Jesús, pero es importante recordar que el sangramiento se inició tempranamente, antes de cualquier golpe físico, en el Huerto de los Olivos. San Lucas, el evangelista médico, describe que en ese lugar Jesús sudó sangre (Lc 22:43). Este suceso se denomina hematidrosis o hemohidrosis y se describe en la literatura médica como una condición rara que se produce por la ruptura de pequeños capilares sanguíneos hacia las glándulas sudorípadas. Volveremos más adelante sobre este hecho.


Por el momento, podríamos decir que la hematidrosis experimentada por Jesús en el Huerto de los Olivos debió ser el inicio del severo desequilibrio hemodinámico posterior. Si bien se ha descrito que una hematidrosis causa una mínima pérdida de sangre, en una noche fría puede causar que los vasos sanguíneos de las extremidades se contraigan disminuyendo la llegada de sangre a ellas. Recordemos que aquella noche fue fría, ya que se describe que San Pedro lo negó en frente de una hoguera.

Los azotes, como ya vimos, provocaban un gran sangramiento, el que, lógicamente, era mayor mientras más azotes se recibiesen. En la imagen del Sudario de Turín se pueden contar, por lo menos, 100 marcas de lo que parecen latigazos, que recorren los hombros, espalda, glúteos y pantorrillas.

La coronación de espinas, acto a todas luces injustificable, también aportó lo suyo. Las espinas usadas probablemente fueron del arbusto zizyphus spina christi, que miden en promedio 2,5 cms de longitud. Probablemente no se usó la tradicional corona tipo anillo, sino que más bien una especie de casco, ya que es más fácil armar esta forma sin pincharse. La forma de casco de la corona de espinas es la imagen que se ve en el Sudario de Turín.


Luego de la coronación, Jesús recibió golpes en la cabeza de variada magnitud, como ya lo vimos, lo que, además de provocar traumatismos craneoencefálicos, sin duda hicieron profundizar las espinas en el cuero cabelludo con probable lesión de los músculos frontal y occipital y perforación de las numerosas arterias y venas tributarias que encierran el cráneo, como las ramas frontal y parietal de la arteria y vena temporal superficial, causando sangramiento abundante. Es bien sabido que esta zona es bastante sangrante. Además, las lesiones de los nervios de la cabeza como el occipital mayor y el aurículotemporal debieron provocar gran dolor.

Una vez llegado al Gólgota, Jesús fue quitado de ropas y arrojado al suelo de espaldas, lo que probablemente hizo resangrar las innumerables heridas de los azotes y su contaminación con tierra.

Los clavos en las muñecas, fuese cualquiera su ubicación, sin lugar a dudas debieron dañar vasos tributarios de la arteria y vena radial o cubital. Probablemente se dañaron también nervios de la mano, ya sea ramas pequeñas o principales. Entre estos pudo estar el nervio mediano, que pasa por la línea media de la muñeca e inerva casi toda la mitad de los músculos de la cara anterior del antebrazo, de los tres primeros dedos y el primer y segundo músculo lumbrical. También este nervio da inervación sensorial a la palma y al 2° y 3° dedo. También pudo haber existido daño del nervio cubital o radial. Cualquiera de ellos provoca dolores que han sido descritos como extremadamente intensos y que se irradian a todo el brazo, axila y columna.


El enclavamiento de los pies, si seguimos las escrituras de que ningún hueso fue roto, también debió dañar ramas de la arteria y vena peronea o plantar lateral. El clavo, en cualquiera de las posiciones, debió lesionar el nervio peroneo profundo o plantar lateral y medial y también el músculo plantar cuadratum.

Todas estas lesiones, sin dudas, fueron responsables de aumentar, al extremo, la pérdida de sangre iniciada con los brutales azotes.

Otros eventos que probablemente contribuyeron a aumentar la hipovolemia fueron la sudoración mantenida por el calor existente aquel día, ya que en la época del año en que sucedió este crimen, las temperaturas generalmente no bajan de los 30°C, y el desarrollo probable de un derrame pleural uni o bilateral secundario al politraumatismo torácico. Se llama derrame pleural a la acumulación de líquido, de cualquier tipo, entre el pulmón y la pleura (que es una verdadera tela que cubre al pulmón). Dentro de la infinidad de causas que provocan un derrame pleural se describen los traumatismos torácicos cerrados intensos.


Cuando la pérdida de líquido es tan grande que es incapaz de mantenerse el equilibrio hemodinámica se produce un estado que se denomina shock hipovolémico. Durante el shock hipovolémico existe un déficit importante de irrigación sanguínea a los diferentes órganos del cuerpo, con el consiguiente déficit de entrega de oxígeno a ellos, lo que si se mantiene en el tiempo produce la falla en su funcionamiento, llevando al estado conocido como “falla orgánica múltiple” (FOM), el que lleva inevitablemente a la muerte.


Tal como se ha analizado en el caso del dolor y de los politraumatismos, el organismo también posee mecanismos compensatorios frente a la hipovolemia. En un primer momento se produce una vasocontricción generalizada, es decir, se disminuye el calibre de los vasos sanguíneos para tratar de “ahorrar” sangre y “entregarla” a los órganos en su medida mínima necesaria. Esta vasocontricción no es de la misma magnitud para todos los órganos, ya que el cuerpo trata de preservar “hasta el final” la función adecuada de los órganos llamados nobles, como el corazón, riñón y cerebro.


Esta vasocontricción se acompaña del aumento del gasto cardíaco y de la ventilación, es decir, un aumento en la actividad del corazón y de los pulmones. Si estos no son capaces de responder en forma adecuada a esta demanda aumentada de trabajo, el daño celular no se podrá controlar.
En el estado de shock hipovolémico no existe suficiente entrega de sangre al corazón y al sistema respiratorio, por lo que no se produce ese aumento en el trabajo necesario para el buen funcionamiento de los mecanismos compensatorios.

Insuficiencia respiratoria

Es indudable que la posición en la cruz provoca un importante impedimento para la respiración normal.

La respiración normal se compone de dos fases: inspiratoria y espiratoria. La primera sucede gracias a la acción de los músculos inspiratorios, principalmente el diafragma y los músculos intercostales. La espiración es un evento pasivo, es decir no participa ningún grupo muscular normalmente. A mayor demanda respiratoria, más grupos musculares van a actuar. Es así como en la inspiración se agrega la acción de músculos abdominales y algunos del cuello y la espiración deja de ser pasiva y sucede con el concurso de los músculos abdominales e intercostales.

La posición del crucificado en ”Y”, con el peso del cuerpo tirando hacia abajo y los brazos y hombros extendidos alcanzando una posición de entre 60 y 70° con la horizontal, tiende a fijar los músculos intercostales en un estado de inspiración permanente, lo que dificulta la espiración y hace que la respiración sea superficial[1]. Este estado inspiratorio permanente hace que para que

se produzca una respiración efectiva se necesite aumentar el esfuerzo respiratorio.

A diferencia de lo que muchos autores han pensado, la posición en la cruz no produce asfixia, como se ha demostrado a través de experimentos en voluntarios crucificados, sino que sólo dificulta la respiración normal haciéndola muy forzosa, tal como lo analizamos. Lo que sí se comprobó en dichos experimentos que la posición en la cruz provoca rápidamente dolor y calambres en los hombros, brazos y manos, sensación de rigidez torácica y calambres en las piernas, todo debido a contracciones tetánicas musculares por la posición “anormal” de los músculos mantenida por mucho tiempo. Estas contracciones tetánicas, además de dolor, también provocan alteración en la función muscular normal.

Probablemente dichas contracciones tetánicas también le ocurrían a los músculos respiratorios, por lo que se puede suponer que su funcionamiento no era el adecuado, con lo que el mayor trabajo respiratorio producido por la posición en la cruz no podía mantenerse por mucho tiempo.
No es ilógico pensar que el crucificado, para disminuir un poco el esfuerzo respiratorio, tenía que “buscar” una posición adecuada en la cruz y así poder espirar más fácilmente. Por esto es que algunos autores han postulado que el crucifragium producía un impedimento extremo para la respiración adecuada, al quitársele a la víctima todo el soporte para buscar una posición mejor.

La posición del hombre de Giv’at ha-Mivtar en la cruz, con ambos calcáneos atravesados por un mismo clavo y las piernas dobladas sobre sus rodillas, permitía cierto movimiento del cuerpo de manera de poder espirar de manera menos forzosa.

Jesús no debió tomar esta misma posición en la cruz, ya que ninguno de sus huesos fue dañados. La imagen del Sudario de Turín permite suponer que aparentemente el pie derecho estaba directamente contra el estipes y que el izquierdo estaba levemente flectado sobre su rodilla y rotado, de manera que el pie izquierdo descansaba sobre el lado interno del pie derecho.


Esta posición también permitía cierto movimiento al extender las piernas, con lo que se producía una pequeña elevación del cuerpo de aproximadamente 10°. Este cambio de posición, hasta una postura más en “T”, permitía una mejor espiración y por lo tanto una mejor respiración. Para hacer esta maniobra Jesús debía por un lado extender lo poco que podía las piernas, lo que producía que todo el peso del cuerpo se transmitiera a los huesos del pie (tarsos), es decir, el peso del cuerpo se mantenía sobre el clavo causando obviamente un dolor indescriptible.


Además se requería también la flexión de los brazos sobre los codos, lo que producía por un lado el movimiento hacia adentro de hombros y por otro la rotación de la muñeca sobre el clavo lo que también producía gran dolor. Esto se sumaba al dolor propio muscular ya descrito que aparecía en la posición de la cruz. Tampoco es improbable que con cada movimiento en la cruz, la espalda toda herida por los azotes rozara dolorosamente con la rugosa madera del estipes provocando mayor sangramiento y dolor.

Así, tal parece que cada esfuerzo espiratorio era agonizante.

Las 7 veces que Jesús habló en la cruz fueron frases cortas, ya que probablemente las dijo al momento de espirar, requiriendo esfuerzo extra y por tanto mayor dolor.

Los experimentos antes mencionados en sujetos voluntariamente crucificados, o más bien expuestos a las condiciones fisiopatológicas de la crucifixión, no han evidenciado la presencia de dificultad respiratoria como la recién descrita. El problema de estos experimentos es que todos se han hecho en sujetos sanos, no traumatizados ni con shock hipovolémico, ni con dolor ni en las condiciones respiratorias previas a la crucifixión que presentaba Cristo, por tanto las

extrapolaciones no son muy correctas.

Como ya lo hemos mencionado, todos los mecanismos compensatorios anteriormente descritos involucran una mayor demanda en el trabajo respiratorio. Si la posición en la cruz impedía esto, es lógico pensar que ninguno de dichos mecanismos compensatorios funcionó una vez crucificado.

[1] Este estado de “inspiración permanente” podemos recrearlo artificialmente. En forma lenta tome todo el aire que pueda y luego lo bota. A continuación, tome nuevamente aire pero esta vez sólo hasta la mitad de su capacidad total y manténgase ahí. Este es un estado de inspiración. Trate ahora de tomar el aire que le falta y notará que necesitará hacer un mayor esfuerzo que durante la primera maniobra. Del mismo modo, notará que para botar el aire más allá del “estado de inspiración” necesitará hacer un esfuerzo espiratorio.

(Continúa)

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