Una lección de Sodoma: o subir o bajar
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(José Antonio Ullate F., de "El Brigante", España)
Peter Wood, profesor de antropología en la Universidad de Boston, se preguntaba por las consecuencias sociales de la “normalización” o la “institucionalización” de las conductas sodomitas. No se refería a una mayor o menor tolerancia práctica respecto a individuos marginales y asociales, como sucedía en muchas tribus norteamericanas o en la China anterior a Mao, sino que, como antropólogo, le interesaba el escenario de una sociedad que acepta ese tipo de conductas como “normales” y que regula ciertos ritos relativos a ellas.
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Para encontrar sociedades así, “tenemos que fijarnos en Melanesia –afirma Wood–, donde existen unas docenas de pequeñas sociedades en las que la homosexualidad masculina recibe significación ritual y está plenamente incorporada en la vida de la comunidad. Esto sucedía, por ejemplo, en Nuevas Hébridas, en Nueva Caledonia y en muchas partes de Nueva Guinea”. El antropólogo desarrolla más detenidamente un ejemplo, el de la tribu de los etoro, una comunidad de unos cuatrocientos miembros, en Papúa Nueva Guinea.
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Entre los etoro, desde los doce años, todos los niños varones son sometidos diariamente a unas monstruosas prácticas sodomíticas, ejecutadas por un varón que se les asigna como “pareja”. Más adelante, cada joven etoro recibe una “iniciación” social en una ceremonia sodomítica masiva. A partir de ese momento, el joven pasa a ser el inductor de los mismos ritos que él había padecido previamente y recibe a otro niño como “pareja”. A menudo, “el pareja” sodomita adulto, se casa con la hermana del niño al que degrada. “Costumbres semejantes se dan en muchas otras tribus en las remotas montañas de Nueva Guinea –nos informa Wood–, y estos casos sirven colectivamente como prueba de que no es imposible canalizar la conducta homosexual dentro de un sistema social.
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¿Pero qué tipo de sistema social?” Como indica el profesor, “los etoro ponen grandes obstáculos para la conducta heterosexual. Por ejemplo, marido y mujer sólo pueden realizar la unión conyugal fuera de su casa y para ello están prohibidos dos tercios de los días del año”.Resulta interesante comparar esta información con la que nos proporciona el libro del Génesis (19, 1-25). Dos ángeles, bajo forma de varones, “al caer la tarde”, llegaron a Sodoma, donde encontraron a Lot, “sentado a la puerta de la ciudad”. Lot les rogó que aceptaran su hospitalidad y los ángeles, finalmente accedieron. Entrados en la casa de Lot, éste les preparó una buena cena, pero antes de acostarse, todos los hombres del pueblo (“desde el más muchacho hasta el más viejo”), cercaron la casa. “Y llamando a Lot le dijeron: ¿En dónde están aquellos hombres que al anochecer han entrado en tu casa? Sácalos aquí fuera, para que los conozcamos”.
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Lot, para quien la hospitalidad ofrecida era una obligación sagrada, llegó a ofrecer indignas alternativas a la muchedumbre depravada, antes que desamparar a sus huéspedes. “Más ellos le respondieron: Quita allá. Y aún añadieron: Hace poco que viniste a vivir entre nosotros como extranjero, ¿y quieres ya gobernar?” Le amenazaron con tratarle aún “peor que a ellos”. Los ángeles intervinieron y rescataron a Lot, y “a los de afuera, del menor hasta el mayor, hirieron de una especie de ceguera, de modo que ya no pudieron atinar más con la puerta”.
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Advirtieron los ángeles a Lot que debía sacar a todos los suyos de la ciudad, pues “vamos a arrasar este lugar, por cuanto el clamor contra las maldades de estos pueblos ha subido de punto en la presencia del Señor, que nos ha enviado a exterminarlos”. Aparte de otras muchas provechosas reflexiones, hay en estos ejemplos –particularmente en la narración del Génesis– una lección que deberíamos tener bien presente: toda sociedad que “normaliza” la conducta sodomítica, la impone. Los etoro, como los primeros sodomitas, como toda sociedad en la que esas inmoralidades tienen curso legal, las imponían. Ni los etoro son libres para decidir, ni lo eran los sodomitas o lo que por Sodoma pasaban. Y a quien discrepe, se le responde como a Lot: ¿acaso nos quieres gobernar?
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Evidentemente, la ley de Sodoma llegaba a hacer obligatorio lo que permitía, lo mismo que la etoro.Tengámoslo en cuenta. No es posible un mero “respeto a la diversidad”. La dinámica de las sociedades humanas es invariable. Como decía el dictum 60 de Saavedra Fajardo, en su “Idea de un Príncipe político cristiano”: “si no crece el Estado, mengua. O subir o bajar”. El sabio murciano, decía que la sociedad es como “la saeta impelida del arco: o sube, o baja”.
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En España, hoy existe un “reconocimiento” de los “derechos de los homosexuales”, entre los que destaca una regulación de un “matrimonio”; una asignatura obligatoria permite que la gran mayoría de los textos presenten las conductas sodomíticas como “una opción” y a quienes, conformándonos con la ley natural y la doctrina católica, las reprobamos, se nos trata despectivamente, aplicándonos un necio neologismo: “homófobos”. Como “la educación es el mejor medio para cambiar mentalidades”, los niños españoles, reciben su adoctrinamiento ritual nefando. No tan lejos –en el orden intelectual– de los niños etoro.
Hoy se “celebra” en Madrid, un día del “orgullo” sodomita, lo cual no es más que la ritualización de esta situación atroz. Pero hoy, como en los tiempos del castigo a Sodoma, no faltan quienes piensan “a mí nadie me va a obligar a esas cosas. Yo desapruebo estos actos, pero que cada cual haga lo que quiera”. Es el caso de los que nunca llegaron a ser yernos de Lot. Cuando el padre de sus futuribles esposas les avisó del inminente castigo que se cernía sobre la ciudad y que había que apremiarse para huir, “a ellos les pareció que hablaba como en broma y no quisieron salir”. Su estólida confianza fue premiada con una ducha de azufre y fuego, la misma que cayó sobre el colectivo gay de Sodoma.
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¿Por qué éste, como el pecado del homicidio del inocente, “claman al cielo”? Por su especial malicia, dicen los teólogos: porque atacan la misma médula del orden social y son particularmente destructores del bien común. “Se entiende por pecados que claman al cielo –decía el P. Royo Marín O.P.– aquellos que envuelven una especial malicia y repugnancia abominable contra el orden social humano. […] en virtud de su especial injusticia contra el orden social, parecen provocar la ira de Dios y la exigencia de un castigo ejemplar para escarmiento de los demás”. No son, ni mucho menos, “opciones personales” con las que se puede o no estar de acuerdo.
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Pero no sólo eso: dado que su malicia afecta directamente al orden social y al bien común, sus repercusiones recaen sobre todo el cuerpo social. Una vez más, la típica miopía católica liberal que quiere recluirnos en el sagrario de nuestros hogares y nuestras conciencias, absteniéndonos de tales depravaciones pero sin combatirlas en el fuero externo, nos aboca a ser cómplices de un mal que destruye la sociedad, luego nos daña a todos. Pensémoslo.
Peter Wood, profesor de antropología en la Universidad de Boston, se preguntaba por las consecuencias sociales de la “normalización” o la “institucionalización” de las conductas sodomitas. No se refería a una mayor o menor tolerancia práctica respecto a individuos marginales y asociales, como sucedía en muchas tribus norteamericanas o en la China anterior a Mao, sino que, como antropólogo, le interesaba el escenario de una sociedad que acepta ese tipo de conductas como “normales” y que regula ciertos ritos relativos a ellas.
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Para encontrar sociedades así, “tenemos que fijarnos en Melanesia –afirma Wood–, donde existen unas docenas de pequeñas sociedades en las que la homosexualidad masculina recibe significación ritual y está plenamente incorporada en la vida de la comunidad. Esto sucedía, por ejemplo, en Nuevas Hébridas, en Nueva Caledonia y en muchas partes de Nueva Guinea”. El antropólogo desarrolla más detenidamente un ejemplo, el de la tribu de los etoro, una comunidad de unos cuatrocientos miembros, en Papúa Nueva Guinea.
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Entre los etoro, desde los doce años, todos los niños varones son sometidos diariamente a unas monstruosas prácticas sodomíticas, ejecutadas por un varón que se les asigna como “pareja”. Más adelante, cada joven etoro recibe una “iniciación” social en una ceremonia sodomítica masiva. A partir de ese momento, el joven pasa a ser el inductor de los mismos ritos que él había padecido previamente y recibe a otro niño como “pareja”. A menudo, “el pareja” sodomita adulto, se casa con la hermana del niño al que degrada. “Costumbres semejantes se dan en muchas otras tribus en las remotas montañas de Nueva Guinea –nos informa Wood–, y estos casos sirven colectivamente como prueba de que no es imposible canalizar la conducta homosexual dentro de un sistema social.
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¿Pero qué tipo de sistema social?” Como indica el profesor, “los etoro ponen grandes obstáculos para la conducta heterosexual. Por ejemplo, marido y mujer sólo pueden realizar la unión conyugal fuera de su casa y para ello están prohibidos dos tercios de los días del año”.Resulta interesante comparar esta información con la que nos proporciona el libro del Génesis (19, 1-25). Dos ángeles, bajo forma de varones, “al caer la tarde”, llegaron a Sodoma, donde encontraron a Lot, “sentado a la puerta de la ciudad”. Lot les rogó que aceptaran su hospitalidad y los ángeles, finalmente accedieron. Entrados en la casa de Lot, éste les preparó una buena cena, pero antes de acostarse, todos los hombres del pueblo (“desde el más muchacho hasta el más viejo”), cercaron la casa. “Y llamando a Lot le dijeron: ¿En dónde están aquellos hombres que al anochecer han entrado en tu casa? Sácalos aquí fuera, para que los conozcamos”.
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Lot, para quien la hospitalidad ofrecida era una obligación sagrada, llegó a ofrecer indignas alternativas a la muchedumbre depravada, antes que desamparar a sus huéspedes. “Más ellos le respondieron: Quita allá. Y aún añadieron: Hace poco que viniste a vivir entre nosotros como extranjero, ¿y quieres ya gobernar?” Le amenazaron con tratarle aún “peor que a ellos”. Los ángeles intervinieron y rescataron a Lot, y “a los de afuera, del menor hasta el mayor, hirieron de una especie de ceguera, de modo que ya no pudieron atinar más con la puerta”.
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Advirtieron los ángeles a Lot que debía sacar a todos los suyos de la ciudad, pues “vamos a arrasar este lugar, por cuanto el clamor contra las maldades de estos pueblos ha subido de punto en la presencia del Señor, que nos ha enviado a exterminarlos”. Aparte de otras muchas provechosas reflexiones, hay en estos ejemplos –particularmente en la narración del Génesis– una lección que deberíamos tener bien presente: toda sociedad que “normaliza” la conducta sodomítica, la impone. Los etoro, como los primeros sodomitas, como toda sociedad en la que esas inmoralidades tienen curso legal, las imponían. Ni los etoro son libres para decidir, ni lo eran los sodomitas o lo que por Sodoma pasaban. Y a quien discrepe, se le responde como a Lot: ¿acaso nos quieres gobernar?
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Evidentemente, la ley de Sodoma llegaba a hacer obligatorio lo que permitía, lo mismo que la etoro.Tengámoslo en cuenta. No es posible un mero “respeto a la diversidad”. La dinámica de las sociedades humanas es invariable. Como decía el dictum 60 de Saavedra Fajardo, en su “Idea de un Príncipe político cristiano”: “si no crece el Estado, mengua. O subir o bajar”. El sabio murciano, decía que la sociedad es como “la saeta impelida del arco: o sube, o baja”.
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En España, hoy existe un “reconocimiento” de los “derechos de los homosexuales”, entre los que destaca una regulación de un “matrimonio”; una asignatura obligatoria permite que la gran mayoría de los textos presenten las conductas sodomíticas como “una opción” y a quienes, conformándonos con la ley natural y la doctrina católica, las reprobamos, se nos trata despectivamente, aplicándonos un necio neologismo: “homófobos”. Como “la educación es el mejor medio para cambiar mentalidades”, los niños españoles, reciben su adoctrinamiento ritual nefando. No tan lejos –en el orden intelectual– de los niños etoro.
Hoy se “celebra” en Madrid, un día del “orgullo” sodomita, lo cual no es más que la ritualización de esta situación atroz. Pero hoy, como en los tiempos del castigo a Sodoma, no faltan quienes piensan “a mí nadie me va a obligar a esas cosas. Yo desapruebo estos actos, pero que cada cual haga lo que quiera”. Es el caso de los que nunca llegaron a ser yernos de Lot. Cuando el padre de sus futuribles esposas les avisó del inminente castigo que se cernía sobre la ciudad y que había que apremiarse para huir, “a ellos les pareció que hablaba como en broma y no quisieron salir”. Su estólida confianza fue premiada con una ducha de azufre y fuego, la misma que cayó sobre el colectivo gay de Sodoma.
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¿Por qué éste, como el pecado del homicidio del inocente, “claman al cielo”? Por su especial malicia, dicen los teólogos: porque atacan la misma médula del orden social y son particularmente destructores del bien común. “Se entiende por pecados que claman al cielo –decía el P. Royo Marín O.P.– aquellos que envuelven una especial malicia y repugnancia abominable contra el orden social humano. […] en virtud de su especial injusticia contra el orden social, parecen provocar la ira de Dios y la exigencia de un castigo ejemplar para escarmiento de los demás”. No son, ni mucho menos, “opciones personales” con las que se puede o no estar de acuerdo.
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Pero no sólo eso: dado que su malicia afecta directamente al orden social y al bien común, sus repercusiones recaen sobre todo el cuerpo social. Una vez más, la típica miopía católica liberal que quiere recluirnos en el sagrario de nuestros hogares y nuestras conciencias, absteniéndonos de tales depravaciones pero sin combatirlas en el fuero externo, nos aboca a ser cómplices de un mal que destruye la sociedad, luego nos daña a todos. Pensémoslo.