viernes, 14 de noviembre de 2008

Quién reza se salva, quién no reza se condena

San Alfonso María de Ligorio:
El gran medio de la oración



San Alfonso María de Ligorio es uno de los santos más venerados de la Iglesia. Nacido en Nápoles el 26 de septiembre de l696 en el seno de una familia de alta aristocracia, se destacó pronto por su brillante inteligencia. A los 16 años recibe ya la toga de abogado tanto en derecho civil y canónico.

La vida le prometía una brillante carrera, pero en la cima de su prestigio abandona todo para hacerse religioso. Su frase "¡Mundo, te conozco! ¡... Adiós, Tribunales!” aún retumba a nuestros oídos.

Después de su conversión se transformará en apóstol de Nuestra Señora e infatigable luchador contra todas las formas de herejías. Fue Doctor entre los teólogos a la vez que afamado predicador popular. Fue Obispo, fundador de los Redentoristas, pero también poeta y músico. Escribió alrededor de 111 obras que alcanzaron rápidamente 20.000 ediciones en más de 70 lenguas.

San Alfonso fue declarado doctor de la Iglesia el año 1871 y patrono de los moralistas católicos el año 1950.

Una de sus obras más populares es "El gran medio de la oración". Seleccionamos de aquí un trecho tremendo, que nos hace meditar profundamente sobre el papel de la oración en nuestras vidas.


Nada más claro que el lenguaje de las Sagradas Escrituras, cuando quieren demostramos la necesidad que de la oración tenemos para salvamos... Es menester orar siempre y no desmayar.. Vigilad y orad para no caer en la tentación. Pedid y se os dará... Está bien claro que las palabras: Es menester... orad.. pedid significan y entrañan un precepto y grave necesidad.

De aquí que los teólogos con San Basilio, San Juan Crisóstomo, Clemente Alejandrino y otros muchos, entre los cuales se halla San Agustín, sostienen comúnmente que la oración es necesaria a los adultos y no tan sólo necesaria como necesidad de precepto, como dicen las escuelas, sino como necesidad de medio. Lo cual quiere decir que, según la providencia ordinaria de Dios, ningún cristiano puede salvarse sin encomendarse a Dios pidiéndole las gracias necesarias para su salvación.
Y lo mismo sostiene Santo Tomás con estas graves palabras: Después del Bautismo le es necesaria al hombre continua oración, pues si es verdad que por el bautismo se borran todos los pecados, no lo es menos que queda la inclinación desordenada al pecado en las entrañas del alma y que por fuera el mundo y el demonio nos persiguen a todas horas.

He aquí como el Angélico Doctor demuestra en pocas palabras la necesidad que tenemos de la oración. Nosotros, dice, para salvamos tenemos que luchar y vencer, según aquello de San Pablo: El que combate en los juegos públicos no es coronado, si no combatiere según las leyes. Sin la gracia de Dios no podemos resistir a muchos y poderosos enemigos. Y como esta gracia sólo se da a los que rezan, por tanto sin oración no hay victoria, no hay salvación.

Que la oración sea el único medio ordinario para alcanzar los dones divinos lo afirma claramente el mismo Santo Doctor en otro lugar, donde dice que el Señor ha ordenado que las gracias que desde toda la eternidad ha determinado concedernos nos las ha de dar sólo por medio de la oración. Por medio de la oración acabamos de comprender que tenemos que acudir al socorro divino y confesar paladinamente que El solo es el dador de todos nuestros bienes.

A la manera que quiso el Señor que sembrando trigo tuviéramos pan y plantando vides tuviéramos vino, así quiso también que sólo por medio de la oración tuviéramos las gracias necesarias para la vida eterna. Son sus divinas palabras Pedid.. y se os dará... Buscad y hallaréis.

Confesemos que somos mendigos y que todos los dones de Dios son pura limosna de su misericordia. Así lo confesaba David: Yo mendigo soy y pobrecito. Lo mismo repite San Agustín: Quiere el Señor concedernos sus gracias, pero sólo las da a aquel que se las pide. Y vuelve a insistir el Señor: Pedid y se os dará... Y concluye Santa Teresa: Luego el que no pide, no recibe...

Lo mismo demuestra San Juan Crisóstomo con esta comparación: A la manera que la lluvia es necesaria a las plantas para desarrollarse y no morir, así nos es necesaria la oración para lograr la vida eterna. Y en otro lugar trae otra comparación el mismo Santo: Así como el cuerpo no puede vivir sin alma, de la misma manera el alma sin oración está muerta y corrompida Dice que está corrompida y que despide hedor de tumba, porque aquel que deja de rezar bien pronto queda corrompido por multitud de pecados. Llámase también a la oración alimento del alma porque si es verdad que sin alimento no puede sostenerse la vida del cuerpo, no lo es menos que sin oración no puede el alma conservar la vida de la gracia. Así escribe San Agustín.

Pongamos fin a este primer capítulo resumiendo todo lo dicho y dejando bien sentada esta afirmación: que el que reza se salva y el que no reza se condena. Si dejamos a un lado a los niños, todos los demás bienaventurados se salvaron porque rezaron, y los condenados se condenaron porque no rezaron. Y ninguna otra cosa les producirá en el infierno más espantosa desesperación que pensar que les hubiera sido cosa muy fácil salvarse. Pues lo hubieran conseguido pidiendo a Dios sus gracias, y que ya serán eternamente desgraciados, porque pasó el tiempo de la oración.

Le agrada al Señor que en la oración acudamos a la intercesión de María para que supla ella nuestra indignidad con la santidad de sus méritos. Así cabalmente lo afirma San Anselmo: para que la dignidad de la intercesora supla nuestra miseria. Por tanto, acudir a la Virgen no es desconfiar de la divina misericordia; es tener miedo de nuestra indignidad. Santo Tomás, cuando habla de la dignidad de María, no repara en llamarla casi infinita. Como es Madre de Dios tiene cierta especie de dignidad infinita. Y por tanto, puede decirse sin exageración que las oraciones de María son casi más poderosas que las de todo el cielo.

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