sábado, 28 de marzo de 2009

LA HORA DE LA SANTA INTRANSIGENCIA....

... O LA HORA DE PILATOS
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Tan fuerte fue el odio que contra Vos se levantó, Señor, que la propia autoridad de Roma, que juzgaba el mundo entero, se abatió acobardada, retrocedió y cedió delante el odio de los que sin causa alguna Os querían matar. La altivez romana, victoriosa en el Rin, en el Danubio, en el Nilo y en el Mediterráneo, se ahogó en la vasija de Pilatos.
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Siglos antes que nacieras, ya el Profeta previó ese odio que suscitaría la luz de las verdades que anunciarías: “Pueblo mío, que te hice Yo, en qué te contristé?" (Miq. VI, 3). E interpretando Vuestros Sentimientos la Sagrada Liturgia exclama a los fieles de entonces y de hoy: “qué más debía Yo hacer por ti? Te planté como viña escogida y preciosa: y tú te convertiste en excesiva amargura para Mí; vinagre Me diste a beber en mi sed, y traspasaste con una lanza el lado de tu Salvador” (Improperia).
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Dad fuerzas, mi Dios, al apóstol que sufre la envestida inclemente de los adversarios de vuestra Iglesia, y la hostilidad mil veces más penosa de muchos "prudentes" que dicen ser hijos de la luz. Fuerzas para no consentir en las diluciones, las mutilaciones, las unilateralidades con que los “prudentes” compran la tolerancia del mundo para su apostolado.
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¡Ah, mi Dios, como son astutos vuestros enemigos! Ellos sienten que en el lenguaje de esos “prudentes”, lo que se dice entrelíneas es que Vos no odiáis el mal, ni el error, ni las tinieblas. Por eso aplauden a los prudentes según la carne, como a Vos te hubieran aplaudido en Jerusalén, en lugar de mataros, si acaso le hubieras hablado al Sanedrín el mismo lenguaje.
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Señor, dadnos fuerzas: no queremos ni pactar, ni retroceder, ni transigir, ni diluir, ni permitir que manchen nuestros labios la divina integridad de vuestra doctrina. Y si por eso un diluvio de impopularidad sobre nosotros se desatare, sea siempre nuestra oración la de la Sagrada Escritura: “Preferí ser humillado en la casa de mi Dios, a morar en la intimidad de los pecadores" (Salmo LXXXIII, 11).
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(Plinio Corrêa de Oliviera, "Vía Crucis", I Estación, extractos)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estupendo comentario. Provocador e imponente en el ejemplo de la virtud católica.
Gustavo Aste